OCTOGÉSIMO PRIMERA EMOCIÓN
Un día, al atardecer, me senté frente al mar. En la playa no quedaba nadie. El sol rozaba el horizonte rocoso que quedaba a la izquierda. Las leves olas, cuya espuma blanquísima se acercaba hacia mí, parecían entregarme la calma del agua. Su lento sucederse acariciaba los oídos y columpiaba los ojos encharcados en azules verdosos.
Semejante a las olas, que van y vienen, que se acercan y alejan, la imaginación tiene dos facetas. En una de ellas, la más evidente, como el flujo de una ola, la imaginación produce imágenes, lugares, personas y tiempos que aparentan situarse lejos de la realidad personal, que aparentan ser un invento basado en otras realidades. En la otra, la menos visible, como el reflujo de una ola, la imaginación empuja a la mente hacia los más profundos lugares de nuestro estar, hacia los recuerdos que parecen sueños, hacia los sueños que son deseos, dándoles razón y sentido hasta el punto de parecer que se inventa una nueva vida, la propia vida.
Frente al mar la imaginación desanuda sus ataduras. La siento moverse con total libertad, tiene vida propia, parece acariciar mi cerebro y convertirse en la amante del resto de mis facultades, anulándolas. Mi mente imaginaba que pensaba:
La melancolía
Asoma al vacío
En el abismo
Se encuentra la esperanza
No asomarse
Es privilegio vital
Es condición sin cumplir
Hay camino en el filo
Que no pide su recorrido
Los pies frotan las agudas hierbas
Como piedras que se afilan floreciendo
La mirada se deja acariciar
Por un horizonte que está detrás
El oído no permanece atento
Su vigilancia pierde agudeza
La falta de atención
Es una de las formas
Que aspiran al acontecer
A mantener el ritmo
A evitar caer
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