El mapa de Suecia me habla. Efecto de haber preparado un viaje que me llevó hasta una parte de aquel territorio fracturado por el agua y la roca en el que la intervención humana, quizá por el respeto que la naturaleza impone en aquella latitud pétrea y húmeda, se convierte en amabilidad y adaptación. Cuando miro un mapa desde entonces, termino a la orilla de alguno de aquellos lagos grandes y pequeños, conectados con el mar o desvinculados de la sal y el contacto con otros mundos. El mapa me dice siempre orilla, bosque, casa, madera, severidad, piedra, historia, presente, y me propone hablar una lengua que parece comprensible aunque no sepa nada de ella, aunque su estructura antigua y actual me resulte tan oscura como los túneles en los que afloraba el cobre que da color a las casas suecas y desde allí se expande al mundo con su terrosa alegría. Ese misterio sueco del mapa me produce un suave estremecimiento placentero que no conocía y que parece informarme de que por mis ve...