Uno pasea por el lugar en el que quizá ha disfrutado del mayor número de experiencias estéticas que ha tenido en su vida, un edificio por el que lleva paseando toda la vida, el museo del Prado. Y tiene la fortuna de experimentar cómo junto al Lavatorio de los Pies de Tintoretto se encuentran siete figuras femeninas y venecianas, entre fantasmales y benéficas, que parecen haber sido hechas para convivir con el colorido también veneciano del maestro. Es Giacometti. La mirada, tras esa experiencia lúdica y severa se dirige hacia lo que allá al fondo lo espera, la gran figura de mujer que no desea poseer solo su frontalidad aunque se imponga rotundamente. Pero hay mucho más. Frente a los retratos áulicos de Tiziano de Carlos V y Felipe II se sitúan dos pequeños dibujos que interfieren con sus grises el color inaudito de la paleta del otro artista veneciano mientras evitan el grito que parece reclamar la condición humana. Y en el corazón del museo, la gran sala de V...