Ir al contenido principal

Entradas

EL LIBRO DE LAS EMOCIONES (35)

         TRIGÉSIMO CUARTA EMOCIÓN   “¿Has hecho los deberes?” Pregunta retórica que tú, no padre, me hiciste, retórica porque yo era buen estudiante, o lo aparentaba, y a la que contesté con la esperada afirmación que no se cuestionaba por tu parte ni por la de mamá. Pero no era verdad, no había estudiado. Y recuerdo perfectamente que yo tenía nueve años, que estaba como invitado en el cumpleaños de alguien del que no recuerdo nada, ni su nombre, ni su cara, aunque sí la casa en la que vivía o, al menos, el salón en el que me fue hecha la pregunta.     Se fijó ese momento en mí para siempre y se unió a no saber la lección que me preguntó el profesor al día siguiente.     Allí empezó mi organización y orden personal, que ya nunca me ha abandonado como característica íntima, aunque sí, según períodos y lugares, como expresión realizada y reconocible en mis acciones, pensamientos y sensaciones.     Pero, como en tantos otros casos, quedó el remordimiento, flotó la culpa, los dos compañero
Entradas recientes

EL LIBRO DE LAS EMOCIONES (34)

    TRIGÉSIMO TERCERA EMOCIÓN                                                   EL JARDÍN PROHIBIDO EN EL COLEGIO     Las hojas de la morera no tenían gusanos. La morera estaba prohibida. Los gusanos necesitaban sus hojas. Los niños se las ingeniaban, los gusanos no. Los vigilantes siempre vigilaban. Los niños lo conseguían. Los vigilantes lo sabían. La morera parecía querer asomarse a nuestro mundo. Parecía huir con sus ramas del encierro. Durante unos años siempre me fijaba en la morera, En mi casa no había plantas. Cuando iba a cruzar el campo de fútbol que yo no frecuentaba para jugar a las canicas. Cuando iba a hacer pis a los baños que, elevados, se situaban detrás de una de las porterías del gran campo de fútbol, con su arena parda. Cuando charlaba con mis amigos en “los setos”.     Los setos, enrejados, eran el símbolo de la palabra, de los secretos contados en voz baja, de los cotilleos masculinos. Los setos eran lo prohibido y lo anhelado. Eran setos sexuales tras las rejas d

EL LIBRO DE LAS EMOCIONES (33)

                                                         TRIGÉSIMO SEGUNDA EMOCIÓN    Un libro, un niño. El regalo de una persona, una mujer, que me quería de una forma que quizá, de alguna manera que ni yo mismo comprendo, he conseguido agradecerle sin poderle explicar el bien que me hizo a lo largo de mi infancia. Con ella supe, aunque no supe que lo sabía hasta mucho tiempo después, lo que era el cariño desinteresado, natural y sin exigencias.     Un niño, un libro.     Cumplía yo siete años de vida y apareció aquel libro. El libro de las maravillas. Todavía hoy continúo realizando en mi vida las maravillas y el anhelo que aquel libro sembró en mí. Es posible, incluso, que una parte de mi curiosidad “connatural” naciera leyendo aquellas páginas y viendo aquellas fotografías. Maravillas de este mundo (yo aún creía que había más mundos, mundos otros en los que dejé de creer después para volver a hacerlo, de otra manera, mucho después). Maravillas humanas y naturales, antiguas y moder

EL LIBRO DE LAS EMOCIONES (32)

     TRIGÉSIMO PRIMERA EMOCIÓN No me importa parecerme a ti, incluso me proporciona cierto placer, pero sí me importa, o me molesta, contar las cosas, mis cosas, como tú, porque no se corresponde con mi no vida, la que tuve y la que tengo a pesar de ti. Te acordarás de mi adolescencia y de nuestros enfrentamientos… Pero eso llegará más tarde.     Cuando comencé a ser consciente, con siete u ocho años, de la forma del pequeño mundo de mi colegio, con sus normas suaves, con los compañeros, tan agresivos como tan dulces, su cotidianidad infinita y la compleja cuadrícula de lo que iba aprendiendo, fue el momento en que me di cuenta de tu existencia como hombre. Ya te conocía como padre, claro, pero empecé a vivirte como lo que eras, eres, un hombre con unas circunstancias y unas características concretas que yo no juzgaba, por supuesto, que incluso me gustaban y con las que me identificaba. ¿Recuerdas nuestros juegos? Esos que inventabas para mí: pequeñas fiestas en las que el mundo tal y

EL LIBRO DE LAS EMOCIONES (31)

    TRIGÉSIMA EMOCIÓN   El asesinato ya no existe, los que no envejecemos no lo necesitamos ni deseamos. Creo que ni la guerra extiende su sombra ya en ninguna parte del mundo, aunque no sé nada de lo que sucede más allá del mar o del límite de cada continente, ni si quiera de lo que sucede más allá de las montañas que estoy viendo ahora mismo, allá lejos, como si cerraran el final de la carretera que recorro. También, y junto a todo ello, la curiosidad ha perdido su empuje. Puede que en otros lugares, aunque lo dude, no sea lo que ha quedado de la vida como lo que yo conozco aquí, aunque no me ocupa ni preocupa en exceso saberlo. Quizá descubra en algún momento que todo es diferente en otros lugares, aunque mi intuición y lo que deduzco de las últimas noticias que conocí, me llevan a intuir que la vida que queda en el mundo es la vida que llevo y que observo a mi alrededor.     Nadie juzga porque los tribunales, como las gasolineras o los crematorios, han perdido sus empleados, sus es

EL LIBRO DE LAS EMOCIONES (30)

      VIGÉSIMO NOVENA EMOCIÓN     La soledad es la forma de la vida ahora, una soledad acompañada que poco tiene que ver con aquella de la vida de antes. ¿La verdadera vida? No sé responder, o lo hago mientras camino hablándole, aunque no quisiera que fuera de ese modo, aunque no quisiera que mi compañía se convirtiera en la razón o fundamento de la vida. Aunque quisiera, quizá, que la vida fuera otra. ¿Pero no es eso lo que nos ocurría a todos antes, en la otra vida, en la auténtica vida porque era claramente mortal aunque la mortalidad cada día estuviera más oculta? La falta aparente de mortalidad en nosotros, en los supervivientes, nos arrebata la posibilidad de una vida auténtica.     Estamos acompañados y somos escasos. Lo podemos deducir de las últimas noticias que se dieron en televisión, que se difundieron por las redes, que aparecieron en los últimos periódicos. La población mundial se había reducido casi a la mitad. Y en países de alta densidad o de números absolutos indigeri

EL LIBRO DE LAS EMOCIONES (29)

      VIGÉSIMO OCTAVA EMOCIÓN     Cuando comenzó la pandemia y los muertos eran sobre todo ancianos (a quien nadie se quería acercar por mucho que de las bocas salieran expulsadas otras palabras) el miedo se repartía con facilidad y levedad. Cuando cedió la intensidad o la extensión del virus todo parecía que iba a ser mejor, incluso mejor que antes. Las sucesivas oleadas o expansiones de la pandemia pusieron las situaciones en su lugar, incluso para quienes sacaban el mejor partido de la nueva situación que, por transitoria, enriquecería a unos pocos, como siempre ocurre.     La última oleada, tras los tres años de incertidumbre, a la que nadie quiso hacer demasiado caso cuando comenzó, como situación asumida e incluso un poco vieja, nos ha traído hasta aquí. Fue la de las muertes fulminantes que desbordaban hospitales, hogares y cementerios, como si las anteriores no hubieran existido o fueran pequeños y desordenados ensayos de lo que vendría después, la que poco a poco fue acabando