TRIGÉSIMO CUARTA EMOCIÓN “¿Has hecho los deberes?” Pregunta retórica que tú, no padre, me hiciste, retórica porque yo era buen estudiante, o lo aparentaba, y a la que contesté con la esperada afirmación que no se cuestionaba por tu parte ni por la de mamá. Pero no era verdad, no había estudiado. Y recuerdo perfectamente que yo tenía nueve años, que estaba como invitado en el cumpleaños de alguien del que no recuerdo nada, ni su nombre, ni su cara, aunque sí la casa en la que vivía o, al menos, el salón en el que me fue hecha la pregunta. Se fijó ese momento en mí para siempre y se unió a no saber la lección que me preguntó el profesor al día siguiente. Allí empezó mi organización y orden personal, que ya nunca me ha abandonado como característica íntima, aunque sí, según períodos y lugares, como expresión realizada y reconocible en mis acciones, pensamientos y sensaciones. Pero, como en tantos otros casos, quedó el remordimiento, flotó la culpa, los dos compañero