En permanente diálogo con la naturaleza habitamos el mundo. Un diálogo reconocible en los pequeños núcleos poblados por nosotros y aparentemente olvidado en las grandes concentraciones urbanas. El vivir parece definirnos, pero eso es algo que tenemos en común con el resto de animales y plantas, incluso con los seres inanimados. Nuestro auténtico, único y propio existir se encuentra en el habitar. Habitamos en lugares que transformamos para hacerlos nuestros, co mo si pudiéramos inventar el espacio y el tiempo. No, no podemos inventar el lugar y la duración pero, en cambio, podemos narrarlos. Pequeños cuentos para pueblos y aldeas, y tremendas narraciones artificiosas, llenas de mitos y combates épicos para las grandes urbes. A veces, algunas veces, la profundidad y sensibilidad que ofrecen el pequeño cuento, la reflexión no dilatada, o el aforismo, superan a la extensa narración épica adornada de complicación artificiosa que nos abruma con su grandeza y nos anula con