La primavera no surge en todos los lugares al mismo tiempo, y uno agradece tanto esa falta de orden, o el orden supino y natural que refleja esa realidad, que no puede por menos que dedicarle unas palabras mientras recuerda un paseo que dio por una comarca del centro de la Península Ibérica que se conserva casi igual que hace décadas, con su ruralidad casi intacta y nada impostada, con su belleza escasamente fulgurante aunque sencillamente serena, hija de la variedad orográfica y del agua.
Hace pocos días había llegado escasamente la primavera a La Alcarria, solo se apreciaba en el brillo del sol, en algunas matas floridas y en el cereal que apuntaba su corto verdor apegado a la tierra, que deseaba espigar pero que aún esperaba para ello a que los árboles que todavía casi no tenían brotes ni hojas comenzaran a verdear, a que las retorcidas encinas comenzaran a brillar con sus duras hojas nuevas, a que los bosques de robles perdieran su aire siniestro e invernal, un tanto romántico, y se reconvirtieran sus ramas en acariciadoras techumbres lobuladas que ofrezcan sus frutos a los animales salvajes que aún recorren los rincones más alejados de la labor del humano. Una labor que ha hecho de esa comarca un lugar que ahora se llama sostenible pero que siempre ha sido sencillamente productivo; una labor humana que arranca a la tierra, gracias al agua escondida entre sus piedras que un día fueron mar, todo tipo de alimentos animales y vegetales.
Frutas, ganado, cereal, caza, miel, hierbas aromáticas… Todo lo que necesitamos para sobrevivir e incluso para vivir, ese pequeño lujo al alcance de cualquiera que tenga oportunidad e imaginación suficientes para dejarse morir un poco cada día mientras intenta depositar algo de amor en lo que recibe y en lo que ofrece, como parece que la tierra humilde y feraz haga con su existencia en lugares como esa comarca, tocada por la renuncia a la espectacularidad y por el ofrecimiento lujoso de lo sencillo.
Excelente viaje (¿dominguero?) a La Alcarria. Si querías emular al nuestro Camino José Cela no lo habrás conseguido -digo yo- pero, al menos, lo has intentado.
ResponderEliminarUn abrazo, con 'el ofrecimiento lujoso de lo sencillo'.
S'i, amigo Blas, fui mas dominguero que Cela, pero tan atento y disfrutativo como deb'ia ser el.
EliminarMuchas gracias y saludos.