En permanente diálogo con la naturaleza habitamos el mundo. Un diálogo reconocible en los pequeños núcleos poblados por nosotros y aparentemente olvidado en las grandes concentraciones urbanas.
El vivir parece definirnos, pero eso es algo que tenemos en común con el resto de animales y plantas, incluso con los seres inanimados. Nuestro auténtico, único y propio existir se encuentra en el habitar. Habitamos en lugares que transformamos para hacerlos nuestros, como si pudiéramos inventar el espacio y el tiempo. No, no podemos inventar el lugar y la duración pero, en cambio, podemos narrarlos. Pequeños cuentos para pueblos y aldeas, y tremendas narraciones artificiosas, llenas de mitos y combates épicos para las grandes urbes.
A veces, algunas veces, la profundidad y sensibilidad que ofrecen el pequeño cuento, la reflexión no dilatada, o el aforismo, superan a la extensa narración épica adornada de complicación artificiosa que nos abruma con su grandeza y nos anula con su frialdad.
(En la imagen las misteriosas caras de Tiahuanaco, en Bolivia)
Me gustan más los cuentos o relatos cortos que los relatos. Tal vez por lo que dices por la artificiosidad. Un abrazo.
ResponderEliminarTodo tiene su encanto, amigo Blas, aunque lo que llega, llega.
EliminarGracias y saludos.
Es verdad; no nos conformamos con vivir sino que queremos habitar. Me acuerdo de nuesta costumbre de adquirir viviendas por no alquilar. Y no nos sirven cuatro paredes no, tenemos que grabarlas a cincel para dejar la impronta. Los que preferimos movernos en tienda de campaña lo vivimos menos, pero es así.
ResponderEliminarAsi vamos, amigo Carlos, siguiendo costumbres que no son nuestras y no buscando lo autenticamente nuestro.
EliminarGracias y saludos.