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PEQUEÑOS VIAJES A PIE I (en París)






Caminar es una de las dichas de mi vida, es un trasunto de la felicidad, si no es la felicidad misma cuando viajo.

A lo largo de mi vida he hecho recorridos a pie que han constituído momentos de felicidad por lugares que, quizá, no son los más habituales que aparecen en guías y recomendaciones de viajeros.

Quiero comenzar una serie en la que queden plasmadas, por si a alguien le sirvieran de inspiración, esas caminatas grandes o pequeñas que constituyen recuerdos imborrables de mis paseos por el mundo, de la curiosidad por conocer los lugares que nos acogen.
Y qué mejor manera de empezar que por una de las ciudades que más he deseado, mejor he conocido y que mucho he pateado desde que hace décadas la pisé por primera vez: la civilizada, y sugerente en femenino, París.

Hay un París de bulevares y avenidas, de plazas emblemáticas y monumentos espectaculares y, junto a él, existe otro, que es el mismo, de calles que parecen olvidadas por el turismo, atacadas por una autenticidad de ciudad vieja y moderna que pasman con su urbanidad sencilla y su permanencia vital. Vamos a recorrer un pequeño fragmento de ellas en la orilla derecha del Sena, la orilla áulica, la que recoge la historia más ordenada de la ciudad, la que aparenta contener los órganos vitales de la urbe. Un recorrido que tiene un significado muy especial para mí porque es el primer paseo que di con mi amada en aquella ciudad amada.

Nos situamos en el metro Le Peletier y ascendemos la rue Lafayette (que nos conduciría en sentido contrario a la antigua Opera de la ciudad), giramos a la derecha para entrar en la rue du Faubourg Montmartre hasta llegar a la rue de la Grange Batelière, a la derecha, en la que encontraremos, a la izquierda, una de las entradas del Passage Jouffroy. Buena parte del sentido que ofrece este paseo es conocer y adentrarnos en los pasajes comerciales que, desde finales del siglo XVIII, puntean el fluir de la ciudad y la caracterizan con su animación, variedad y vida que nunca deja de moverse y buscarse a sí misma.

Penetramos en el pasaje que nos ofrecerá, entre otras oportunidades, la vista de la puerta del hotel Chopin y de la del museo Grevin, el tradicional museo de cera de París. Desde la puerta del hotel podemos disfrutar el pasaje lentamente hasta salir al Boulevard Montmartre, justo enfrente de una de las entradas del Passage des Panoramas, el más antiguo de la ciudad; cruzamos el bulevar, giramos a la derecha y entramos a la izquierda en la rue Vivienne, que nos llevará en su rectitud hasta L’hôtel Tubeuf-Mazarin, la antigua sede de la Biblioteca Nacional de Francia, y nos permitirá visitar, en su acera izquierda, la Galerie Vivienne (posiblemente el pasaje más elegante, arquitectónicamente hablando, de la ciudad) y la sede de la Bolsa. En la esquina del “hôtel” giramos a la derecha hacia la rue La Feuillade para completar la visita de grandes y pequeños pasajes que nos permite nuestro deambular libre y sin prisa, hasta llegar a la rue Richelieu a la izquierda e introducirnos, en pocos metros, en el pequeño Passage du Beaujolais, que nos conducirá a la curiosa fachada del Theatre du Palais Royal; lo rodeamos dejándolo a la derecha para recorrer parte de la rue de Beaujolais hasta la entrada del Passage du Perron, donde no dejaremos de disfrutar de los juguetes y entretenimientos que ofrece la boutique du Palais Royal, además de permitirnos apreciar, como por sorpresa, la amplitud clásica y racional del Jardín del Palais Royal, emblema actual del clasicismo y la modernidad por la que ha apostado la ciudad que nos acoge desde el siglo pasado.

Nos esperan, tras disfrutar de la tranquilidad del Palais Royal, lugares más transitados por los visitantes: la rue de Rivoli, la pirámide del Louvre, las Tullerías y el río, ese corazón de la ciudad que ha sabido fluir de la premodernidad a la postmodernidad con dificultades y transformaciones que la reconvierten en una referencia clásica que nunca deja de ser actual.

Si queréis descubrir y disfrutar otros itinerarios alternativos por París, encontraréis muchos y muy sugerentes en los que recorren los personajes de mis relatos de Los Dioses en París.


Comentarios

  1. Claro, porque estabas enamorado. Esa "circunstancia", que diria Forges en aquella viñeta memorable donde decía entre la uténtica y un pivón como presentación al espectador:
    "Aquí mi señora, y aquí mi circunstancia".
    Mi circunstancia fué, algún día puede que lo cuente; un guardia civil que no me dejó llegar a Paris.

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    Respuestas
    1. Menuda circunstancia extraordinaria, amigo Carlos. Muchas gracias y un abrazo.

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  2. No había visto yo este 'post' tuyo. Lo acabo de encontrar. Se me pasaría en su momento. En él, te encuentro muy caminante, haciendo camino: "Se hace camino al andar".
    París es embaucador. ¡Cuidadín!.

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