La Historia, lo que creemos saber del pasado y los restos que, por azar o necesidad, nos han quedado de esos momentos y lugares en los que creer aunque sean inconstatables, es uno de los motores de la curiosidad, del viaje. Y viajando se aprende que más que una Historia, hay historias que se superponen, se agreden, se acarician, se soportan, se desean, se multiplican, se paralizan, se esconden, se apagan, renacen, brillan o mueren.
En el hoy puede aparecer pacíficamente lo que hace siglos fue violencia ensordecedora. Así ocurre en la actual Cuzco, un lugar que fue lo que no es, que es lo que no quiso ser, que interroga con su peculiar belleza lo que el transcurrir violentó, lo que se quiso y lo que se pudo vivir.
A más de tres mil metros de altura hoy hay un lugar entre montañas, en la montaña, que se levanta, de color blanco y terroso, con una actualidad que parece un sueño del pasado, con una vida plena que justifica la desazón que produce comprobar allí, tocar, la violencia colonial y la presencia indígena superponiéndose de una forma pacífica que su antigua historia hubiera deseado. La cal sobre la piedra es el resumen y el emblema de la conquista de la capital inca y de su herencia.
Ascender en aquellas alturas hacia lo que fue un complejo sagrado inimaginable hoy parece añadir oxígeno a la pureza del aire en las alturas andinas que semejan encogerse de hombros ante nuestro hormigueo permanente. En un momento dado la ladera de los montes se allana y aparece Saqsaywamán como un conjunto de bloques de piedra encajados de una forma casi mágica entre los que pastan algunas llamas. No hay palabras para la sensación que produce la suma de verdores y grises que allí encontramos y que, anárquicamente, con la anarquía del pasado vivo en el presente, nos conducirán a intuir lo que una civilización del pasado cuenta en un idioma incognoscible pero muy atractivo, como si formara parte de una capa oculta de nuestra mente que despierta ante aquellos restos y realidades, más cuando todo aquello nos permite tener una visión desde las alturas de la alta Cuzco, de ese jaguar inca que fue convertido en animal hispano y cristiano.
Y si ascendemos algo más se nos aparecerá Q’enqo, la cueva templo de la que nada se sabe y de la que todo se intuye. Una roca penetrada por la pasión de la trascendencia inca y donde el sacrificio se huele mientras los dioses aún lloran y ríen ante nuestra presencia cargada de perplejidad y pobreza.
Queda la bajada hacia la ciudad nueva y vieja que yo experimenté embutido en una pequeña furgoneta en la que, emocionalmente, se acoplaban veinte personas llenas de vida frente a las ocho para las que estaba pensada. Una experiencia descendente que fue ascensión hacia la carnalidad de la vida, hacia un roce con ella y una literalidad de la experiencia que da sentido a la Historia.
Plaza Mayor – Cuesta del Almirante – Ataud – Huaynapata – Arco Iris – Don Bosco – Saqsaywamán – Q’enqo
Comentarios
Publicar un comentario