Isabel Muñoz es uno de los grandes fotógrafos vivos con los que hoy contamos en el mundo. Bien se puede comprobar en la gran y única exposición de su obra que se ha podido disfrutar en Madrid.
Y me gusta mucho haber comenzado con la palabra “mundo” porque, en su sentido más amplio, eso es lo que podemos encontrar en el conjunto de su obra, al mundo (animales, personas, actitudes, curiosidades, realidades escondidas) en una multitud de sus facetas, en toda su variedad y en toda su dignidad como parte de lo que todos somos, fuimos o podemos ser. Y todo ello reflejado con una estética depurada, precisa y abierta a la apertura de lo sugerente en el ámbito de una poética apegada a la realidad de lo que sucede, se esconde y se muestra sin fronteras de ninguna clase.
Además de
toda la emoción que eso supone para mí en el disfrute ante su obra, sus
obras, hay un caso especial que añade una emoción particular a la que
ella propone. Una parte de las fotografías expuestas están tomadas en
Bolivia, son cuerpos que reflejan la luz de un erotismo muy particular
portando las máscaras tradicionales que definen lo que fue, es y quizá
pueda ser aquella región del mundo. En una de ellas aparece una piel
trasmutada con una sencilla máscara de madera; Una máscara que conozco
muy bien porque le hice una fotografía en el recorrido que un día
realicé por la sorprendente Bolivia y que me descubrió facetas del mundo
con las que ni siquiera había soñado. Una coincidencia, la de mi
curiosidad personal con la apuesta estética y vital de la gran artista,
que no puedo hacer otra cosa que celebrar puesto que no hay palabras
para expresar la emoción, compuesta de recuerdo, poesía y actualidad,
que me ha hecho sentir y que añade sentido a mi deambular por el mundo y
al deambular de la poesía por sus entresijos y veredas.
Comentarios
Publicar un comentario