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REGALO




Un día uno sube al monte para escapar de la canícula que la llanura y la ciudad deparan en el inicio del verano. Esa es la expectativa. La naturaleza montañosa, tras una primavera húmeda como ninguna, le depara al excursionista bien acompañado sorpresa tras sorpresa.

Puede ocurrir que uno no pueda evitar ser el postromántico que su tiempo y sus lecturas hacen que quizá sea pero, sea como sea y provenga de donde provenga, las flores que encuentra en su deambular, sus casuales variedades, formas, tamaños y colores, se le aparecen como regalos que la naturaleza irracionalmente cambiante parece proveer para dar sentido a la posibilidad de la belleza y henchir de vida el transcurrir de la propia vida, el azaroso estar en ella y con ella.

Las veo y selecciono, tocando algunas y observando otras, como madres, hermanas, hijas, parejas y destinos inciertos que me son revelados, a mí como a cualquiera, para que cada pensamiento y sentimiento tenga cabida antes del natural marchitarse de todo.

Parecen buenas profesoras que, sin palabras, alumbran caminos recorridos y por recorrer, asomadas entre ilimitados matices de verdor a los que no niegan pero en los que tampoco se afirman. Puede que los humanos que viven a diario entre ellas tengan algo que ver con su leve tenacidad afirmativa, pero eso carece de importancia ante su sabiduría inocente, una sabiduría contagiosa y sin contenidos que precede a cualquier pensamiento y acción que el beneficiado por su existencia tenga o perpetúe tras ser asaltado por su presencia libertaria.

Flores, no necesitáis homenaje de ningún tipo ni ojos humanos que os observen. Vuestra presencia pura es de las pocas realidades que afirma sin negar y provee la posibilidad de lo posible. Os dejo mi agradecimiento innecesario y superfluo.

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