Ir al contenido principal

LA MIRADA DEL ADOLESCENTE (y Fellini resucitado)

 





La mirada curiosa, la mirada perpleja, la mirada del amor, la mirada anhelante, la mirada melancólica, la mirada inocente... El adolescente ve y mira la vida que le rodea, su vida, y vive plenamente sin saber hacia dónde se dirige.
Sin paliativos, Paolo Sorrentino nos hace participar con Fue la mano de Dios en lo que fue su vida en los años ochenta, en lo que fue y es Nápoles, en lo que fue y es el cine.
 
En la primera parte de la película no esconde su deuda con el cine de Fellini, lo homenajea con una gracia y una sensibilidad que el espectador no puede dejar de agradecer. Hay momentos e imágenes únicos que se recordarán para siempre.
 
Más adelante en la fluida narración la película se desliza desde el humor a la tristeza con la misma naturalidad y exacerbación con que se suceden los sentimientos de un adolescente.
 
Asistimos asombrados, gozosos y tristes al crecimiento necesario de aquellos años del chico que, como la película muestra y demuestra, serán capitales en su vida futura.
 
Conocí el cine de Sorrentino gracias a la magnífica La gran belleza. La dimensión narrativa, humana y cinematográfica de esta película la convierten, sin ironía, en la gran belleza fílmica del año pasado.

Comentarios

Entradas populares de este blog

CAMINO DEL FIN DEL MUNDO

Camino del desierto marroquí, desde Marrakech, uno espera encontrar cómo el paisaje se va volviendo más seco, más inhabitable, menos verde, más duro. Pero viajar consiste en asumir sorpresas constantes y, una vez más, ese camino no es lo que uno espera aunque sí algo que quizá hubiera deseado. La tremenda presencia de los cercanos montes del Atlas alimentan caudalosos ríos que dan vida a múltiples valles y poblaciones llenos de bullicio y actividad humana que, desde hace milenios, han convertido aquella región en un lugar que transforma la dureza en vida. El camino hacia lo que uno pensaba que sería la nada es un todo atractivo, único, pleno e inolvidable.

MELANCOLÍA

Uno ha disfrutado y estudiado en imágenes las obras de la Antigua Grecia antes de verlas en directo, y esa es una experiencia que le reserva algunas sorpresas, entre ellas aparece la representación de sensaciones que no esperaba, unas más comprensibles que otras, y una de las más comprensibles e inesperadas es la representación de la melancolía en una faceta serena que sorprende y atrae mucho al contemplador que intenta vivir aquellas obras como si fueran algo suyo. Clasicismo, democracia, filosofía, convivencia, origen, ciencia, historia… son algunas de las palabras que con toda naturalidad se aparecen en la mente de quien recrea la Grecia Antigua, pero melancolía… No, no es lo que uno espera aplicar a aquella cultura desaparecida aunque muy viva hoy en los entresijos de los orígenes de nuestro estar en el mundo. Pero, claro, cuando se califica una civilización desaparecida se olvida fácilmente que, en ella, como en todas las civilizaciones y culturas, como en cualquier tiempo

EL COLOR

Los que tenemos la fortuna de ver somos alcanzados por forma y color de una forma inseparable, pero el color tiene una potencia que la forma, con su delimitación aparente,  no llega a disuadir. El color parece apuntar a unas capacidades más allá de la supervivencia, esas capacidades que un día se llamaron espirituales y que hoy se podrían denominar más humanas que económicas. El color no describe, no limita, alimenta la parte que es pura visión, quiere a la sensibilidad y es capaz de negar el tacto. El blanco, la luz pura, es la suma de todos los colores. El negro, la negación de la luz, también lo es. ¿Quién puede desentrañar esa enigmática paradoja? Cada color, cada reflejo del sol o la luna en el agua, cada brillo de la piel del amado o de la amada, cada hoja viva o muerta, cada mancha del animal, cada despertar con su apertura del párpado a la luz, cada molécula visible brillando en las diferentes horas del día o de la noche... Cada partícula de color desentraña la paradoja