SEXAGÉSIMO OCTAVA EMOCIÓN Antes de los acontecimientos que dieron forma a lo que hoy resta de lo que fue nuestro mundo yo era un puro espectador, tan puro que formaban parte de mis recuerdos más íntimos lo contemplado, lo escuchado, lo leído, lo paseado. No era espectador de la vida, creo que ella me contemplaba a mí, como a todos y a cada uno de nosotros, extrañada y perpleja mientras me azuzaba a no parar de recorrerla. Era espectador del arte, de la poesía, en cualquier faceta en que eso que se puede convenir en llamar mi persona fuera capaz de percibirla, de abandonarse, de descubrir y sufrir las pequeñas e infinitamente intensas explosiones que el arte, la poesía, ofrecía cuando alguien se pone a su disposición, está dispuesto a convertirse en el amante que nunca llegará a consumar su inclinación. Y retomo mi afirmación inicial porque en ella reside lo que quiero destapar como si fuera una intimidad tan lacerante como expansiva que se resiste a c...