Ir al contenido principal

EL LIBRO DE LAS EMOCIONES (68)

 



 

 SEXAGÉSIMO SÉPTIMA EMOCIÓN


Raúl, quiero leerte estos poemas que llevo conmigo de la vida de antes y que parecen escritos en la extraña vida de ahora:
 
 
Hay tantas realidades inventadas
Cruzándose en caminos recreados
Que la capacidad de mirar
Viendo
Se colma sin alcanzar los bordes del color
 
 
Los ojos de los insectos se convierten en veraces
Conforman una ceguera humana
Que nunca podrá ser descrita
 
 
La palabra tiene tanto poder
Como ignorancia genera
En quienes quisieran cambiar la mirada
 
 
Pertenezco a una especie
Que desearía ver como ellos
Pequeños congéneres
Y saber sin palabras lo que otros miran
Sin voluntad, sin perdón, sin pasión, sin deseo
 
 
Me cuesta continuar viendo
Me esfuerzo en mantener la mirada
Me requieren de mundos que aún no han nacido
O murieron
O son en lugares sin espacio
Como nubes trémulamente sólidas
 
 
Ya ocurrió todo
En el futuro que no conoceré
En el pasado que no alcanzaré
En un presente que comparto sin roce con nadie
 
 
Vida, eres tan extensa que el gozo no encuentra lugar en el que recogerse
 
 
***
 
 
Aparece en la sombra un brillo que tiene algo de inabarcable
Y permanece mientras camino a través del bosque benéfico
 
 
La contradicción de la luz en la sombra tiñe mi espera de perplejidad
Aunque debiera, no freno mis pasos, ni cortos ni largos
Actúo, camino, como si nada sucediera, como si fuera hacia alguna parte
 
 
Los sonidos del bosque se amortiguan, parecen distinguirse cálidamente
El verano desaparece en ese desquiciamiento que me inventa mientras no me detenga
 
 
Y se escucha una quinta estación, la que me convoca sin darme su nombre
La boca entreabierta, los ojos en blanco, la frente calmada
Los pensamientos saciados, las sensaciones frenadas, el tacto perdido
Quiero cantar las palabras que podrían poner en marcha el final de todo
Quiero entrar en el inicio de lo que no soy para comprender y saber
Como si hubiera muerto

Comentarios

Entradas populares de este blog

CAMINO DEL FIN DEL MUNDO

Camino del desierto marroquí, desde Marrakech, uno espera encontrar cómo el paisaje se va volviendo más seco, más inhabitable, menos verde, más duro. Pero viajar consiste en asumir sorpresas constantes y, una vez más, ese camino no es lo que uno espera aunque sí algo que quizá hubiera deseado. La tremenda presencia de los cercanos montes del Atlas alimentan caudalosos ríos que dan vida a múltiples valles y poblaciones llenos de bullicio y actividad humana que, desde hace milenios, han convertido aquella región en un lugar que transforma la dureza en vida. El camino hacia lo que uno pensaba que sería la nada es un todo atractivo, único, pleno e inolvidable.

MELANCOLÍA

Uno ha disfrutado y estudiado en imágenes las obras de la Antigua Grecia antes de verlas en directo, y esa es una experiencia que le reserva algunas sorpresas, entre ellas aparece la representación de sensaciones que no esperaba, unas más comprensibles que otras, y una de las más comprensibles e inesperadas es la representación de la melancolía en una faceta serena que sorprende y atrae mucho al contemplador que intenta vivir aquellas obras como si fueran algo suyo. Clasicismo, democracia, filosofía, convivencia, origen, ciencia, historia… son algunas de las palabras que con toda naturalidad se aparecen en la mente de quien recrea la Grecia Antigua, pero melancolía… No, no es lo que uno espera aplicar a aquella cultura desaparecida aunque muy viva hoy en los entresijos de los orígenes de nuestro estar en el mundo. Pero, claro, cuando se califica una civilización desaparecida se olvida fácilmente que, en ella, como en todas las civilizaciones y culturas, como en cualquier tiempo

EL COLOR

Los que tenemos la fortuna de ver somos alcanzados por forma y color de una forma inseparable, pero el color tiene una potencia que la forma, con su delimitación aparente,  no llega a disuadir. El color parece apuntar a unas capacidades más allá de la supervivencia, esas capacidades que un día se llamaron espirituales y que hoy se podrían denominar más humanas que económicas. El color no describe, no limita, alimenta la parte que es pura visión, quiere a la sensibilidad y es capaz de negar el tacto. El blanco, la luz pura, es la suma de todos los colores. El negro, la negación de la luz, también lo es. ¿Quién puede desentrañar esa enigmática paradoja? Cada color, cada reflejo del sol o la luna en el agua, cada brillo de la piel del amado o de la amada, cada hoja viva o muerta, cada mancha del animal, cada despertar con su apertura del párpado a la luz, cada molécula visible brillando en las diferentes horas del día o de la noche... Cada partícula de color desentraña la paradoja