He perdido muchas veces mi habitual racionalidad paseando por estrechos callejones en pueblos y ciudades, pequeñas calles que ocultan el secreto de su origen y no muestran que exista un fin. Se puede intentar pertenecer a ellos mientras se camina para poder descubrir su secreto o para llegar a la conclusión de que el secreto mismo de la vida, de su permanencia y su inestabilidad se encuentra en la inclinación u horizontalidad de su existencia, la que siempre da vueltas y revueltas. Los callejones y las callejuelas son como ancianos juguetones que aparentan haber perdido la memoria y conservan, en cambio, en cada grieta, atisbos de lo que fue, de lo que es y de lo que será la propia vida y la que generamos entre todos, los que se asoman a los callejones y los que prefieren negarlos, eso que es la auténtica vida, la que formamos en conjunto por mucho que no paremos de despreciarnos; eso que una mujer tradicional asomaba en su curiosidad a la ventana de la ca