Ir al contenido principal

LA CUMBRE DE LA ESCULTURA




Quizá el artista no sea sino un profeta que descubrió hace muchas décadas la incertidumbre que subyace bajo el aparente triunfo de la razón, y que atisbó el potencial para la masacre que hoy conocemos tan bien.
Mark Rothko (1943)
 



No creo en cumbres respecto a nada de lo que existe o ha existido, más creo en la continuidad de cordilleras, valles y llanuras; pero cuando uno se encuentra en su camino un monte singular y tremendamente elevado entre valles se convierte en una evidencia que no se puede negar por mor del realismo y la búsqueda de la verdad.
Cuando Fidias esculpió y pintó en la antigua Atenas las esculturas del Partenón que marcaron al mundo durante milenios, estaba prefigurando al artista que, con casi noventa años, nos abandonó hace cuatro siglos y medio, Miguel Angel Buonarroti. Él, a su vez, como si estuviera agradecido por el hecho de que la Historia, de que el Arte, le buscara y le ofreciera toda su potencia, legó al mundo una obra que aún hoy, incluso de manera extraña y escondida, sigue estando presente incluso en obras en apariencia tan diferentes como las esculturas de E. Chillida o las de P. Picasso, un artista este último también longevo y excepcional que quiso superar la existencia artística de su antepasado florentino por vía del arte obviándola hacia atrás, hacia el primitivismo, fijando su mirada y quehacer artístico en lo que se creó antes de la existencia y creaciones de Fidias.
Miguel Angel quizá pueda ser considerado el genio artístico más creativo que haya existido nunca, incluso pudiera ser reconocido como la cumbre del arte, al menos como escultor. Fue escultor y así se reconocía él mismo, pero no se resistió a la pintura, a la arquitectura y a la poesía, unas artes que en sus manos activas y pensantes nos dejaron unas pocas obras que se han convertido en señeras aunque no puedan hacer olvidar su dedicación fundamental: las figuras que él sacó de la piedra, según su pensamiento platónico, las que ella escondía pero que nadie sabía ver y mucho menos dar a luz con unos resultados a los que es fácil tachar de perfección. Perfección es respecto a Miguel Angel una palabra que quiero reivindicar no le cuadra en absoluto, aunque sea bueno utilizarla para recordar que él fue uno de los mejores artesanos de la piedra que hayan existido nunca ni puedan quizá existir; su quehacer artesano y artístico permite afirmar que la perfección se aleja del arte, que el arte transfigura la imperfección.
Ese descomunal artesano de mal carácter e ideas muy claras que desbordaba su sensibilidad en los sonetos de amor que escribía utilizó su habilidad técnica, o la trascendió, para llegar a ofrecernos algunas de las obras humanas que se puedan contemplar en las que el tiempo y cualquier medida racional se ven desbordadas por una expresividad que se sale de lo que su momento cultural, el Renacimiento, pudo llegar a proponer y ni siquiera soñar que hubiera podido materializarse. Obras que son tan únicas y personales como cumplidoras de los encargos a los que respondían y que elevaban la categoría de quienes se las encargaban hasta hacerlos desaparecer tras el peso marmóreo de las sugerencias y realidades palpables de Miguel Angel.
La profundidad de su trabajo unida a los resultados que nos ha dejado permiten ponerse hiperbólico cuando se refiere uno a él, a sus obras, incluso a las inacabadas que parecen hablar con un lenguaje en construcción tan agudo como el hacerse de la vida, tan extremo como el límite entre lo animado y lo inanimado, tan potente que la materia parece convocar al espíritu.
No somos los mismos desde que sus obras existen, desde que el mundo tiene otra forma gracias a su genio y tozudez artística indomable, desde que esas obras se sitúan, al nacer, incluso por encima de los poderes a los que sirvió bien y a los que obligó a aceptar su tremenda visión de lo humano que supera lo que aparenta representar lo divino.
El antiguo mito, el humano espiritual y la futura orfandad de símbolos del mismo humano se encuentran en su obra como si él hubiera conocido no solo lo que le precedió, sino lo que se produciría después de su desaparición, hace ya cuatrocientas cincuenta años. Como si el haber sido testigo del descubrimiento del grupo escultórico de Laocoonte y sus hijos en 1506 fuera un homenaje de la antigüedad a quien transformaría la piedra, como símbolo, en actualidad presente para cualquiera que se acerque hasta ella con algo de humanidad.
Vamos a aproximarnos ahora a algunas de sus obras, o más bien vamos a permitir que se nos aproximen, como ellas merecen, desnudos y revestidos de la fina túnica de la sensibilidad y de la ruda capa de la reflexión.
Acercarse por la galería central de la Galleria dell’Accademia florentina hacia la gran figura marmórea, una de las más carnales e idealizadas que se haya esculpido nunca, mientras le acompañan a uno, a ambos lados, esclavos esbozados para la tumba inacabada del papa Julio II que parecen desembarazarse con esfuerzo y brutal decisión de la piedra que los aprisiona, es una experiencia impresionante aunque no miguelangelesca puesto que el montaje, diríamos teatral, es una creación del siglo XIX, algo que se construyó para dar cobijo al David que transfiguraba la Piazza della Signoria hasta 1902.
La luz natural cae sobre él. Tengo que expresarme de esta forma, como si estuviera vivo, porque la figura, al fondo, que parece no ver, pero sí sentir, las miradas ávidas de quienes se acercan y agolpan ante ella, posee una entidad que forma parte de la vida aunque su dureza y blancura nos avisen de que hay una frontera entre su piel, que parece contener músculos, huesos, vísceras, y la percepción del espectador que se ve invadido de la historia bíblica, por supuesto, pero también de algo que es mucho más: la condición humana en plenitud, el límite entre la inocencia y la sabiduría, la posibilidad de ser algo mejor que humanos y la limitación que supone serlo. Un mito se ha hecho obra escultórica gracias al empeño del artista, y es un mito con nombre, pero también es un mito propio, un mito que promueve la sensible reflexión sobre quiénes somos y quiénes podemos llegar a ser, no en ningún otro mundo sino en el nuestro, el único, el mundo que recreamos los humanos con mejor o peor fortuna, el mundo material y el mundo espiritual que no mira hacia fuera sino hacia nosotros mismos y nuestro entorno.
Pocos años antes de su David, y al poco tiempo de cumplir los veinte, Miguel Angel había esculpido su primera obra maestra, su primera Piedad, el conjunto escultórico que descubrió al mundo que existía un artista que iba a mostrar en piedra lo que parecía imposible en esa materia fría y aparentemente inerte: el amor y la muerte unidos fervorosamente, como traídos del mundo de las ideas y materializados en rasgos, en cuerpos, en actitudes humanas reconocibles que provocaban, y provocan, una admiración que no se encontraba ceñida por la ortodoxia religiosa oficial de su momento. El halo de ensimismamiento del muerto, por obligación, y de la mujer, por vocación, unidos en una forma que parece ser consustancial a la existencia de ambos, es una propuesta que el joven escultor de entonces parece ofrecernos como si conociera todas sus potencialidades a desarrollar por él mismo en el futuro, y las de los espectadores de la obra convocadas por él.
En los largos años finales de su vida, Miguel Angel aún esculpiría otros tres conjuntos de La Piedad. Un tema recurrente a lo largo de su existencia con el que nos habla del paso del tiempo, de la madurez como destino, de lo espiritual como carnalidad inerte, de la vocación de reflexión sensible, de la entereza de la vida y la inevitabilidad de la muerte.
Poder observar en la catedral de Florencia desde muy cerca, casi tocar aunque no se haga por respeto a las multitudes que seguirán dejándose acariciar por el mármol vivo que el escultor en su vejez volvió a ofrecer como símbolo de que nuestra presencia puede llegar a ser tan inmaterial como rotunda; poder observar de cerca, decía, la penúltima Piedad que entresacó de la piedra, ese gran tema de su vida con el que inició su serie de obras maestras (auténticas maestras de artistas y de todos los humanos que nacimos tras ellas) es una experiencia que hace acceder a la madurez incluso al espectador más joven, que hace recordarla al anciano, que convoca a la vida en toda su dureza y transitoriedad.
La última escultura a la que aferró sus manos quien sabía que conocería pronto a la muerte también es una Piedad, de nuevo con solo los dos personajes principales. Para desbastar la piedra que la ocultaba ya no tuvo fuerzas aunque sí pensamiento como para dejarla esbozada. Desde Milán, ese esbozo sugerente sigue llamando a todos, occidentales o africanos, orientales o americanos, religiosos o no, a que nos encarguemos de terminarla, a que muramos sabiendo que queda todo por hacer, que el mundo continúa en construcción, tanto material como poéticamente, que el infinito existe solo porque siempre queda tarea por realizar.
Entre Florencia y Roma trascurrió la vida del hombre que terminó siendo más artista que humano.
Penetrar en la sacristía nueva de la iglesia de San Lorenzo de Florencia, donde se encuentran las tumbas de los Medici, es conocer gracias al Miguel Angel arquitecto y escultor que el espacio no es un hueco entre muros y adornos sino un mundo que habitar con unas medidas y sugerencias inventadas por uno de los artistas más vivos de entre los muertos que hayan existido. En su interior nos esperan, desnudos, como naturaleza e idea sugieren, nada menos que El Día, La Noche, La Aurora y El Crepúsculo, recostados sobre unas tumbas que sirven de pedestal a dos hombres de la familia gobernante de la ciudad elevados a héroes grecorromanos y símbolo de la grandeza y pequeñez de lo humano con sus actitudes tan sutiles como abiertas al mundo y cerradas en su propio existir. Ellas rezuman misteriosamente la condición del héroe, la condición del magnate, la condición del humano, el destino no escrito.
La experiencia de dejar atrás el barroco de la plaza y de la nave de San Pedro en Roma y situarse cerca de la cúpula y el espacio que culmina es algo que solo tiene igual, si no lo supera, ni aún con los siglos transcurridos, en el panteón de Agripa de la propia Roma, su modelo. Quizá no lo supere por la extrema sencillez de éste, pero ese espacio hiperbólico de la basílica (desconnotado de sus funciones aunque no de la religión) es una experiencia única que exige vivirse hondamente, que exige olvidar decoración e Historia para conocer cómo la arquitectura desafía a Dios en su pretendido y único poder creador, cómo el humano transfiere potencias que no domina a materiales de los que surge pensamiento y posibilidad, como si la creación tuviera la forma de esa cruz griega cubierta con una cúpula que el florentino nunca pudo terminar y que la Historia deformó para siempre hasta convertir la idea espacial de Miguel Angel, el espacio-idea que refulge con una grandiosidad que no depende de sus dimensiones sino de sus proporciones, en un brutal palacio decorado exageradamente y sin la sutileza que podríamos inculcar en Dios.
Merece la pena penetrar en una pequeña e interesante iglesia en el atractivo barrio que se encarama junto al Coliseo romano para ser atraído al fondo por lo que el mundo entero va a visitar allí. Junto al altar mayor hay una tumba papal del siglo XVI, pero eso es lo de menos; en el centro de la misma hay una hornacina que da cobijo sin poder contenerlo a la figura más extraordinaria que las expertas manos de Miguel Angel hayan podido dar a luz. No son importantes sus grandes dimensiones porque está sentado y eso nos lo hace más cercano, más soportable en su ancianidad rejuvenecida, en su potencia muscular madura, en su forma elegante y sencilla de ir vestido con unas telas tan vivas como sus ojos y que no son capaces de contener la fuerza espiritual que lo mantiene sentado y que está a punto de quebrantar esa postura poniéndolo de pie. Todo en la figura que casi somos incapaces de abarcar con nuestros sentidos está vivo, pero vivo como el espíritu impalpable lo está en el cuerpo de quien amamos. En esa figura se encuentra la experiencia, la posibilidad, el temor y la potencia de lo que casi no se atreve uno a pensar, de la misma forma que en ella hay carne, pensamiento, agua, luz y el calor del humano que está determinado por sí mismo y por lo que él cree que ha sido depositado en él. Si somos capaces de mantener su mirada podremos sentir cómo la tierra gira y nosotros con ella en un juego sin ganador, en un enfrentamiento falaz del que no podemos evitar formar parte y que nos llama a continuar la vida, a elevarla hasta sus más profundas querencias, a dejarse llevar por ella y a dignificarla con la voluntad y la pobreza de las fuerzas humanas. Cuando nos alejamos de aquella representación de Moisés más sobrehumana que bíblica sabemos algo más de la vida, del pasado, del peso de la existencia y de la fuerza que podemos proporcionar a la propia vida y al giro inevitable de la tierra. Llamamos a muchas cosas y experiencias inolvidables. Moisés nos remite a que su figura reinventa lo inolvidable.

Y Miguel Angel dedicó una intensa parte de su vida a decorar la Capilla Sixtina. Yo, como él, y sin pretender compararme, evidentemente, he dedicado con intensidad una parte de mi vida a perseguir sus obras en mis viajes por Italia, y he tomado las fotos que  ilustran este homenaje, no muy logradas, que muestran algo, poco, de lo que él nos regaló.

Comentarios

  1. Caray, para ser el primer post en el nuevo alojamiento que nivelazo. Y eso que nos tienes acostumbrados a lo mejor.
    Ya nos veremos mas despacio cuando terminemos las mudanzas y sepamos como hacerlas. De momento ando por aquí como muchos amigos y de ahí espero enlazar el nuevo sitio y espero que con el mismo nombre. Un abrazo: https://www.facebook.com/carlos.martinez.547

    ResponderEliminar
  2. Hombre, Carlos, qué alegría verte por aquí y también que te haya gustado. Espero ver pronto la continuación de tu blog en un nuevo espacio.

    Gracias y saludos.

    ResponderEliminar
  3. Apreciado tras, me alegra mucho encontrarte en este espacio, yo todavía no se como agregarme pero con ayuda lo haré. Tu último post me gusta especialmente, también tus fotografías.
    Un saludo afectuoso
    Aurora Aguado

    ResponderEliminar
  4. Aurora, amiga, ya te imaginarás lo que me alegra verte por aquí. Espero ver también pronto tu nuevo espacio para seguir leyéndonos y comunicándonos.

    Gracias y saludos.

    ResponderEliminar
  5. Tras, me alegra verte en este nuevo espacio, yo todavía no se como agregarme pero ya me ayudarán. Este escrito me gusta especialmente así como tus fotografías.
    Un saludo
    Aurora

    ResponderEliminar
  6. Hola, trasindependiente. Soy merhum -aquí mmhr-. Te felicito por este post que he querido comentar en tu nueva casa. Merecidísimo homenaje al sin igual Miguel Ángel (así llamé a mi segundo hijo y lo hice por mi admiración al artista aunque mi marido también se llama igual ;-) ). Has sido capaz de transmitir lo sentido ante las obras de este genio. Espero que algún día pueda verlas y entonces seguro me acordaré de ti. Un abrazo. Mercedes

    ResponderEliminar
  7. Hola, Mercedes, qué alegría verte por aquí y saber que seguimos en contacto. Cuando veas las obras de Miguel Angel (posiblemente junto a tus "miguelángeles") tendrás una s experiencias únicas, sus obras siempre sse ponen en contacto con cada quien que las visita.

    Gracias y saludos.

    ResponderEliminar
  8. Desde mi ancianidad rejuvenecida, después de leer tu trabajo, te digo que el comentario que dedicas al Moisés es sobrecogedor.

    ResponderEliminar
  9. Pablo, joven anciano, si mi comentario es solo una pequeña parte de lo sobrecogedor que es enfrentarse a quella figura tengo que darme por satisfecho.

    Gracias y saludos.

    ResponderEliminar
  10. Miguel Angel es mi preferido.
    Gracias y saludos

    ResponderEliminar
  11. Hola, Igoa.

    Ya te puse como amiga y agregué tu blog a mi lista.

    Gracias y saludos.

    ResponderEliminar
  12. Hace años que visité los lugares que nos describes, tan magistralmente, en tu post. Lo curioso es que he visto que necesito volver para mirar con otros ojos, más maduros, abiertos, vivos.
    Gracias por el trabajo realizado.
    Un saludo
    (Inma, de La Comunidad)..jeje

    ResponderEliminar
  13. Sí, Inma, esos ojos nuevos que tan bien describes necesitan volver a ver aquellas maravillas de Miguel Angel que continúan vivas.

    Gracias y saludos.

    ResponderEliminar
  14. Se me borró.... Decía, te decía, que muchísimas gracias por permitirnos seguir este espacio donde se aprecian tus buenas maneras, tu arte y sensibilidad a la hora de elegir temas, esa manera tan tuya de acercarnos al arte y a la vida como es este inteligentísimo pots sobre Miguel Ángel que ahora tenemos la oportunidad de leer. Ahí, aquí, donde sea, andamos involucrándonos en la amistad y la cultura.
    Un abrazo. Espero que ahora me deje colocar el escrito....
    Teo.

    ResponderEliminar
  15. Aquí seguimos, Teo, involucrados en la amistad y la cultura, como bien dices. Intentaremos continuar lo que había en el eespacio que cerró en este nuevo espacio.

    Gracias y saludos.

    ResponderEliminar
  16. Tras, he entrado en Facebook y he visto tu solicitud de amistad, creyendo pikar en aceptar creo que lo he hecho en rechazar, el caso es que me he dado cuenta cuando he visto que no te tenía como amigo. ahora no te encuentro, si vuelves a solicitar mi amistad te la ofreceré con mucho gusto, sabes que te aprecio.
    Saludos

    ResponderEliminar
  17. No te preocupes, Aurora, creo que ya hemos quedado como amigos en facebook.

    Gracias y saludos.

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Entradas populares de este blog

CAMINO DEL FIN DEL MUNDO

Camino del desierto marroquí, desde Marrakech, uno espera encontrar cómo el paisaje se va volviendo más seco, más inhabitable, menos verde, más duro. Pero viajar consiste en asumir sorpresas constantes y, una vez más, ese camino no es lo que uno espera aunque sí algo que quizá hubiera deseado. La tremenda presencia de los cercanos montes del Atlas alimentan caudalosos ríos que dan vida a múltiples valles y poblaciones llenos de bullicio y actividad humana que, desde hace milenios, han convertido aquella región en un lugar que transforma la dureza en vida. El camino hacia lo que uno pensaba que sería la nada es un todo atractivo, único, pleno e inolvidable.

MELANCOLÍA

Uno ha disfrutado y estudiado en imágenes las obras de la Antigua Grecia antes de verlas en directo, y esa es una experiencia que le reserva algunas sorpresas, entre ellas aparece la representación de sensaciones que no esperaba, unas más comprensibles que otras, y una de las más comprensibles e inesperadas es la representación de la melancolía en una faceta serena que sorprende y atrae mucho al contemplador que intenta vivir aquellas obras como si fueran algo suyo. Clasicismo, democracia, filosofía, convivencia, origen, ciencia, historia… son algunas de las palabras que con toda naturalidad se aparecen en la mente de quien recrea la Grecia Antigua, pero melancolía… No, no es lo que uno espera aplicar a aquella cultura desaparecida aunque muy viva hoy en los entresijos de los orígenes de nuestro estar en el mundo. Pero, claro, cuando se califica una civilización desaparecida se olvida fácilmente que, en ella, como en todas las civilizaciones y culturas, como en cualquier tiempo

EL COLOR

Los que tenemos la fortuna de ver somos alcanzados por forma y color de una forma inseparable, pero el color tiene una potencia que la forma, con su delimitación aparente,  no llega a disuadir. El color parece apuntar a unas capacidades más allá de la supervivencia, esas capacidades que un día se llamaron espirituales y que hoy se podrían denominar más humanas que económicas. El color no describe, no limita, alimenta la parte que es pura visión, quiere a la sensibilidad y es capaz de negar el tacto. El blanco, la luz pura, es la suma de todos los colores. El negro, la negación de la luz, también lo es. ¿Quién puede desentrañar esa enigmática paradoja? Cada color, cada reflejo del sol o la luna en el agua, cada brillo de la piel del amado o de la amada, cada hoja viva o muerta, cada mancha del animal, cada despertar con su apertura del párpado a la luz, cada molécula visible brillando en las diferentes horas del día o de la noche... Cada partícula de color desentraña la paradoja