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UN CUENTO DE CUENTO



Había una vez Había Una Vez. Su madre se llamaba Fábula y su padre Narración. Cuando Había Una Vez llegó a la adolescencia comenzó a preocuparse por buscar su cuento, incluso le asaltó cierta inquietud. No había sido un niño muy inquieto, pero cuando comenzó su búsqueda inició la costumbre de caminar solo con el fin de encontrar su historia, un poco como todos los adolescentes bien educados han hecho desde que se inventaran los cuentos. Al fin y al cabo era para lo que se preparaban durante toda su niñez. Durante muchos días anduvo y anduvo por la ciudad donde vivía y en la que había nacido, una de las múltiples ciudades de cuento del mundo. Pasaron los días sin ningún resultado concreto; por más que intentaba identificar su cuento no lo conseguía, había algo que le impedía aferrarse a imágenes, sucesos y lugares que le asaltaban o por los que pasaba, como para llegar a identificar que formaban parte de su cuento. Un día, preocupado como estaba por la tardanza en hallar su historia, comenzó a pensar que tendría que inventar una nueva forma de encontrar su cuento, una forma que no siguiera la tradición que sus padres le habían transmitido. Ese día, obsesionado como estaba, no oyó cómo se desprendía una viga de madera de una obra junto a la que pasaba. La viga lo aplastó pero no le hizo ningún daño, como es común en ese tipo de seres, aunque tuvo que hacer un gran esfuerzo para salir de debajo de ella. Cuando lo consiguió, molesto, se volvió para verla. En ese momento, una especie de irresistible voz interior le susurró “madera”. En su cuento había madera, eso era seguro. Este descubrimiento desató en él una tormenta de posibilidades que incluían la madera de una forma narrativa que no le llevaron a ninguna parte. Y así quedó, caminando, tranquilo por una parte gracias al hecho de tener algo que formaba parte de su cuento, e intranquilo por no poder relacionarlo con nada que tuviera un fuste como narración.
Se hacía tarde. Bajó al metro para volver a su casa sin parar de mirar a su alrededor. Cuando el tren entró en la estación volvió a sentir el mismo estremecimiento de seguridad que se había desencadenado cuando salió de debajo de la viga y que formulaba claramente las palabras “velocidad” y “vagón”. A punto estuvo de perder ese tren por el choque emocional que le produjo la certeza de poseer otra parte de su cuento, otras llamadas a posibilidades que lo incitaban a... No sabía a qué, suponía que a seguir buscando.
Esa noche soñó con antiguos trenes de madera, con vapores que lo asfixiaban, con vías de tren a las que invitaba a bailar, con fragmentos que no producían ninguna forma reconocible cuando pretendía suturarlos sin ningún acierto.
Al día siguiente iba caminando absorto en sus sueños y en sus seguridades, tanto que se cayó por el agujero de una alcantarilla. Tras el golpe, de nuevo un golpe, se le aparecieron “túnel” y “agua”. Estaba mojado y sucio pero poseía otras claves, o palabras, de su cuento. En ese momento sus dudas aumentaron, no sabía si estaba encontrando palabras, claves, o un pequeño resumen de su narración, si él debía reconstruirlo a partir de lo que iba encontrando o necesitaría un tiempo casi infinito hasta encontrar todas las palabras que compusieran su cuento, del que, además, no conocía la extensión.
Se sentó en un banco libre que encontró en un parque para descansar su cabeza más que sus pies de la búsqueda que ahora se le antojaba inacabable. Miró a su alrededor por si topaba con una mirada de preocupación en algún joven que pasara, por ver si estaba solo en su búsqueda o encontraba algún compañero de fatigas. Nadie de los que pasaron parecía agobiado por el peso que a él lo aplastaba. Pero ¿quién sabe lo que sucede en el espíritu de los poseedores de cuentos?, se preguntaba. Agachó la cabeza con un punto de desesperación y su mirada se vio asaltada por unas piedras que cercaban el tronco de un árbol, de esta forma se le apareció la palabra “roca”. Esta vez no sintió el consuelo ni la alegría que le habían proporcionado sus otros descubrimientos, o milagros, como había llegado a denominarlos antes de caer en la desesperación.
Camino de su casa decidió plantear a sus padres las dudas que lo acosaban. Al fin y al cabo ellos ya habrían pasado por algo parecido a lo que a él le sucedía. O quizá no. Podría ser que las capacidades que él poseía fueran insuficientes para cumplir con la tarea para la que había nacido. Pensó que a lo mejor él estaba destinado a ser un marginal, un ser sin cuento, esos que sus padres designaban como vagos y desgraciados pero que, quién sabe, quizá se habían liberado de esta pesada obligación y eran más felices que los seres considerados normales. Con estos pensamientos consoló su angustia y desechó sus planes de contar nada a sus padres. Su camino, fuera el que fuera, se lo construiría él mismo.
Cuando llegó a su casa ellos no parecieron advertir el mar de dudas en el que estaba inmerso, pero se los veía muy solícitos. Durante la comida le dijeron que querían plantearle una propuesta: hacer un viaje con el único fin de ampliar sus conocimientos del mundo; mientras aparecía su cuento creían que era la mejor forma de terminar su formación. Había Una Vez no podía explicarse cómo aquella propuesta era lo mejor que le podían haber dicho en el estado en que se encontraba. No demostró gran alegría ante sus padres para que se notara el grado de independencia que había alcanzado, pero aceptó de inmediato por si existía la posibilidad de que cambiaran de idea. Le pareció tan bueno como cualquier otro el destino que le propusieron: La Tierra Cercana Al Mar.
***
El verdor que caracteriza aquella tierra le resultó, a los pocos días de comenzar su viaje, un tanto monótono y aburrido. Allí, caminando, aprendió que ese manto verde solo existía para sobreponerse a una enorme cantidad de minas que nadie sabía si estaban conectadas entre sí a través de sus infinitas galerías. Todas eran visitables desde que habían perdido su función de extraer el mineral que, en otros tiempos, proporcionaba la energía que necesitaban para vivir los habitantes del lugar y de otras muchas tierras. Visitó gran parte de aquellas galerías durante su larga estancia lejos de su lugar de origen. Descubrió, como se prometía a todos los que visitaban las minas, nuevas galerías. Puso su nombre, como es preceptivo, a las conexiones desconocidas hasta ese momento entre diferentes minas y recorridas por él por primera vez. Pudo constatar, aunque ya lo sabía desde niño porque formaba parte de su educación, que su nombre también lo portaban otros seres; había nexos entre interminables pasillos subterráneos que exhibían su nombre como si él ya hubiera estado allí en otras épocas.
Y ocurrió lo que tenía que suceder. En uno de sus arriesgados paseos por los acantilados que rompían con su negrura el verdor de las mesetas junto al mar, penetró por la boca de una mina sin nombre. Parecía estar hecha para desperdiciar el mineral extraído con gran esfuerzo esparciéndolo por la superficie del mar, como si se tratara de realizar un espectáculo absurdo de contemplación de su chapoteo en el agua. Al poco de entrar en la galería, que tenía la propiedad de acercar el quejido del mar al oído de aquel que la recorriera, pudo contemplar unas vagonetas abandonadas y en desorden. Se asomó a la única que aún permanecía sobre la vía y encontró allí dentro unas hojas mal cosidas, escritas por una sola cara. Nada más leer la primera página de aquel deshecho supo que había encontrado su historia.
En ese mismo momento comenzó su auténtica vida, lo que iba a ser para siempre su existencia. Desde un lugar cercano a los ojos de cada lector que dirigiera su mirada sobre la historia que sostenía entre sus manos vería transcurrir la vida hasta el momento en que apareciera el último lector de esa historia que era la suya. Sería una monotonía dulce, aderezada por los variados sentimientos y pensamientos que despertara en cada lector, y puntuada por algunas fiestas: los momentos en que su historia fuera leída en voz alta a un público más o menos numeroso, y su vida se viera asaltada por las caricias y peleas que los pensamientos y los sentimientos de unos y otros se dedicarían entre sí.
Y conoció sin tristeza que con la última lectura del cuento encontrado en la mina junto al mar desaparecería su vida.

Comentarios

  1. Estimado Tras: me imagino la angustia que sentiría Había una vez durante su adolescencia hasta encontrar su camino, su historia, su cuento....una historia muy real. Un beso

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  2. Sí, Agueda, el cuento de Había Una Vez está muy cerca de la realidad de la búsqueda de cualquiera del propio camino, una dura y estimulante tarea.

    Gracias y saludos.

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  3. Es la búsqueda de uno mismo y su lugar en el mundo... La busqueda hasta encontrarse, entenderse y lograr atrapar sensaciones .... Ir escrutandolas y averiguando a través de ellas de qué o quiénes estamos más próximos para caminara su lado en este periplo.

    Me gusta la historia y lo que de ella se desprende entre líneas.
    Todos vamos encontrando ese reguero de palabras sueltas, la cuestión es lograr identificarlas y más aún encontrarles un lugar, su lugar en nuestra historia.

    Un saludo de luz ✴

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  4. Muchas gracias, Athenea, por tu lectura tan intensa y matizada.

    Escrutar y averiguar mientras encontramos retazos...

    Gracias de nuevo y saludos.

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  5. Y a esa vieja silla me acomodé.
    Quería ver un limpio cielo azul
    pero no se me hizo posible.
    La silla en la que me acomodaba se rompió,
    el cielo azul me fue negado.
    Y tuve que caminar mucho tiempo
    perdida y angustiada,
    renuncié al cielo azul
    que me tenía engañada.
    Me abandoné a la inseguridad de mi misma,
    esa fue mi primera conquista.

    "Quería tan solo vivir aquello que tendía a brotar espontáneamente de mi mismo ¿ Por qué me iba a ser tan difícil ?
    Hermann Hesse

    Un cuento contado con mucha originalidad Alfonso.

    Un saludo.

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  6. Todo un examen de conciencia sobre lo mucho que hemos podido dejar en el camino de nuestra juventud...

    Saludos

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  7. ¿Y que es la vida sino una búsqueda constante donde el protagonista es cada uno?. Jamás entenderé a esa gente que no le interesa ni su propia historia y tratan de contarte un cuento de lo mas gris. Donde la máxima aspiracion es "yo quiero vivir tranquilamente". Yo prefiero tu cuento donde se la pasa buscando su propia vida.

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  8. Aurora, qué versos tan extraordinarios de búsqueda y reconocimiento personal.

    Me alegra mucho poder dialogar contigo de esta forma a partir del cuento.

    Gracias y saludos.

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  9. Sí, Mark, vamos eligiendo y, por tanto, vamos dejando muchas cosas.

    Gracias y saludos.

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  10. Sí, Carlos, uno se pregunta cómo hay personas que parecen no tener curiosidad ni interés por la búsqueda personal, quizá intuyen que la búsqueda nunca termina.

    Gracias y saludos.

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  11. "Un cuento de un cuento" es casi un retruécano. La vida, encontrarse a uno mismo y la muerte, eso sí que es 'la realidad de un cuento'.
    Abrazoooooosssss.

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  12. Bien resumido, Blas: la vidda, encontrarse y la muerte, ahí está casi toda la realidad a la que llega nuestra especie.

    Gracias y saludos.

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