Partiendo
de la gran pareja literaria que todos conocemos, y con el objetivo que más
abajo se verá, creo que es buen momento para recordar algunas parejas
literarias masculinas que han deleitado a públicos de toda condición durante
siglos.
Cómo
no empezar con la pareja que forman Aquiles y Odiseo en las obras fundacionales
de la literatura occidental: la fuerza y la inteligencia, la pasión y la
supervivencia, la vocación de morir joven y la de perdurar. El héroe mayor por
excelencia y el héroe menor que abre la puerta a la heroicidad de la vida de
cualquiera.
Tras
la referencia a esa desigual pareja podemos continuar, un poco al azar,
trayendo a colación a otra que se encuentra entre la desigualdad y la igualdad:
Dante y Virgilio, unidos gracias al verbo del primero, saltando tiempo y
espacio, para visitar las inevitables regiones inventadas hacia las que todos
nos dirigimos sin remisión y con el fundamento del recuerdo.
Y un
nuevo salto de algunos siglos nos puede conducir a la pareja igualitaria (esta
vez son padre e hijo) que nos ofrecen los descacharrantes Gargantúa y
Pantagruel, dos gigantes infames, de moralidad sin tacha y humor infinito.
De
esa forma desproporcionada nos acercamos a otras parejas masculinas veladas por
la brillantez de la pasión sexual entre hombre y mujer: las shakesperianas
Romeo y Mercucio, pareja igualitaria que, al deshacerse, origina el drama de la
pareja protagonista; y la formada por Otelo y Yago, pareja desigual en cuanto a
la moralidad de sus componentes y en cuanto a la inteligencia o inconsciencia
frente a la vida y que es el motor de la injusticia desarrollada en la pareja
de amantes que parecen centrar la historia del moro.
De
nuevo dejamos transcurrir los siglos para llegar hasta una nueva pareja
igualitaria: Bouvard y Pécuchet, dada a luz por el maestro Flaubert. Ninguno de
los dos es nadie sin el otro y el humor irónico que nos proporcionan resume
todo lo que fue antes que ellos y anuncia lo que vendrá después.
Pero,
cómo no, la pareja literaria por excelencia, el referente a partir de su
nacimiento en palabras, es la formada por Don Quijote y Sancho, tan igualitaria
como desigual gracias a la narración onírica y realista del maestro que la
fundó. Centrándonos ahora en nuestra pareja protagonista, tan desigual, tan
complementaria, me da por buscar y rebuscar cómo sus miembros simbolizan
personas y actitudes anteriores y posteriores a la publicación de sus
aventuras.
Tengo
la sensación de que ha habido pocos quijotes en el mundo, quizá porque serlo
exige una locura inocente que no proporciona ningún beneficio a quien enfoca su
vida de esa manera alocada y aventurera. Aunque también es cierto que son
personas, personajes, cuyo número crece en momentos de crisis, como el que
intuye Cervantes le empieza a tocar al imperio del que forma parte. Este
momento nuestro es muy posible que haya provocado que nazcan nuevos quijotes
que porten, en lugar de adarga, maquinarias electrónicas utilizadas para
intentar expandir la imposible justicia que nunca llega.
Y
tengo también la sensación de que ha habido muchos más sanchopanzas. No, claro,
casi ninguno que haya seguido a un caballero gloriosamente demente, sino
sanchopanzas relativamente sedentarios, que han permanecido en sus pueblos y
ciudades con su esposa y su hija viviendo con sabiduría la vida que les había
tocado vivir.
No
sabemos si la sabiduría enloquecida de Don Quijote existía en su vida antes de
que iniciara sus aventuras, durante ese período que había constituido más de la
mitad de su vida. En cambio, sabemos perfectamente que la sabiduría popular que
acompañó al caballero en forma de Sancho Panza existía mucho antes de que se
lanzara a los caminos con él; es una sabiduría que no se enraíza en los libros
ni en las ideas, sino en la propia vida y en el contacto con naturaleza humana,
animal, vegetal e inanimada en la que se imbrica con naturalidad cualquier
sanchopanza de oriente y de occidente.
He
empleado el pasado para hablar de los sanchopanzas, y ese tiempo verbal
constituye el núcleo duro de lo que escribo. La globalización actual, el tiempo
de las grandes guerras y migraciones que fue el siglo XX, el momento del
comercio como enriquecimiento y no como intercambio que ha acompañado a la
multiplicación exponencial de la población mundial, han provocado que esa
especie humana de aparente poca importancia esté en vías de extinción, al menos
en lo que se suele llamar los países desarrollados y los que pretenden estarlo.
Una extinción que resta muchas capacidades humanas al conjunto de la población
que, en general, no pertenece ni al género quijote, dada su escasez, ni al
género sanchopanza, dada su falta de participación en una cultura aculturada
que solo sabe vivir de una única forma ajena a sus raíces, pasado, presente y
geografía que sienta como suyos.
Pero
es posible que en lo más profundo de las regiones remotas de Asia, Africa y
América, aún queden sanchopanzas con rasgos faciales diferentes al del escudero
que fue siempre tan fiel a sí mismo como al caballero al que sirvió. Quiero
pensar que esa realidad, si existe, abre un camino de recuperación de nosotros
mismos al que Sancho Panza sabría poner nombre con un proverbio popular tan
adecuado como necesario.
Bueno, pues un intenso análisis de varias parejas que te lleva a un insospechado lugar. Otros quijotes y otros sanchos. Difícil me lo pones cuando yo no se si soy más de uno o de otro. O de ninguno. A seguir pensando!. Un abrazo.
ResponderEliminarBueno, bueno, Blas, seguro que tienes de los dos. Eso sí, en unos momentos más de uno y en otros más de otro.
ResponderEliminarGracias por detenerte en tus viajes para acercarte a estas parejas y saludos.
Aqui estoy a medio aterrizar tras unas semanas por el norte de la India.
ResponderEliminarQuedan, quedan muchos todavia por todos estos pueblos de dios...pero mas por costumbre e impotencia que por inclinacion deseada.
Los ramalazos quijotescos son mi especialidad! Jajaja!
Gracias por tus ideas.
Igoa, creo que describes muy bien a los que van quedando, en trance de desaparición.
ResponderEliminarGracias y saludos, Quijotisa.
Yo creo que se trata de una pareja peculiar puesto que lo que los une es el dinero. El caballero necesita al esudero y este piensa en insulas y ducados para su familia. Se necesitan pero se repelen, a lo mejor se podrían estudiar para una nueva ley de relaciones laborales.
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