Creo que lo mejor que puedo decir de Madrid con estas palabras que pretenden celebrar su existencia sin encumbrarlo es que es teatro. Un gran teatro lleno de teatros. El gran teatro de un pequeño mundo con tildes que son sus escenarios, unas adecuadas y otras erróneas.
Madrid es capaz de ser teatro artístico, teatro vulgar, teatro incómodo, microteatro; de ofrecer una teatralidad insoportable, gran y sencilla teatralidad, y siempre con sus bambalinas abiertas, con una atractiva simplicidad, llenas de suciedad o de orden y brillantez.
Los actores de Madrid somos bastante inconscientes, un tanto
pueblerinos y algo creídos, como un actor de provincias en su primera
oportunidad teatral en la capital. Pero nuestra inconsciencia favorece
un ambiente inocente que permite aceptar a cualquiera que se acerque a
nuestro teatrillo de teatros.
Hay que reconocer que el color no define a nuestro teatro aunque lo adorne. Esta ciudad es como una colección de cuadros de Van Gogh en blanco y negro o con sus colores ensuciados aunque enmarcados, eso sí, con un primor y una variedad que atraen a cualquiera aunque impidan fijarse en lo esencial.
Pueblo engordado hasta el ahogo, ciudad que aspira a lo sutil sin conocerlo, pueblociudad cubierto por un cielo campestre que, perplejo, se mantiene incólume sobre un hormiguero desorganizado, lleno de parches, inquieto sin objetivos y sin saber cómo mirar o en qué orden a las montañas y llanuras entre las que se encuentra, a las que sirve de límite artificial y de ancho muro incapaz de solazarse en la naturalidad.
Teatrillo de teatros sin telones.
Hay que reconocer que el color no define a nuestro teatro aunque lo adorne. Esta ciudad es como una colección de cuadros de Van Gogh en blanco y negro o con sus colores ensuciados aunque enmarcados, eso sí, con un primor y una variedad que atraen a cualquiera aunque impidan fijarse en lo esencial.
Pueblo engordado hasta el ahogo, ciudad que aspira a lo sutil sin conocerlo, pueblociudad cubierto por un cielo campestre que, perplejo, se mantiene incólume sobre un hormiguero desorganizado, lleno de parches, inquieto sin objetivos y sin saber cómo mirar o en qué orden a las montañas y llanuras entre las que se encuentra, a las que sirve de límite artificial y de ancho muro incapaz de solazarse en la naturalidad.
Teatrillo de teatros sin telones.
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