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ALTURAS


El mundo está lleno de lugares señalados en altura por las culturas humanas. Son claramente lugares del anhelo en todas sus facetas. La dominación planea sobre ellos, la pretendida dominación del territorio por parte de los humanos y esa inclinación a acercarse al cielo que se cimenta en la curiosidad, lo que parece ser una de nuestras principales características.

Muchos de esos lugares fueron defensivos o/y sagrados. Sus construcciones valoran la altura que existía antes de ellas y la subrayan con su presencia, como homenajeando lo natural o pretendiendo superarlo. A veces las alturas se inclinan ante otras más emergentes, y en otras ocasiones presumen de su preeminencia como si pudieran ser imbatibles.

Hoy se han transformado en lugares de culto del turismo ciego, esa actividad que nada aprende del pasado y nada siembra para el futuro. Se están convirtiendo en sepulcros blanqueados, en corales muertos que recuerdan la belleza vital que poseyeron y ofrecieron sin abrir las puertas a una nueva belleza posible y capaz de recrear aquello, tan humano, que aún contienen y muestran para quien quiera empezar a saber.

(Imágenes tomadas en Colombia, España, Grecia, India, Italia, Marruecos, Nepal, Perú, Portugal, República Checa y Suecia)




















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Camino del desierto marroquí, desde Marrakech, uno espera encontrar cómo el paisaje se va volviendo más seco, más inhabitable, menos verde, más duro. Pero viajar consiste en asumir sorpresas constantes y, una vez más, ese camino no es lo que uno espera aunque sí algo que quizá hubiera deseado. La tremenda presencia de los cercanos montes del Atlas alimentan caudalosos ríos que dan vida a múltiples valles y poblaciones llenos de bullicio y actividad humana que, desde hace milenios, han convertido aquella región en un lugar que transforma la dureza en vida. El camino hacia lo que uno pensaba que sería la nada es un todo atractivo, único, pleno e inolvidable.

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EL COLOR

Los que tenemos la fortuna de ver somos alcanzados por forma y color de una forma inseparable, pero el color tiene una potencia que la forma, con su delimitación aparente,  no llega a disuadir. El color parece apuntar a unas capacidades más allá de la supervivencia, esas capacidades que un día se llamaron espirituales y que hoy se podrían denominar más humanas que económicas. El color no describe, no limita, alimenta la parte que es pura visión, quiere a la sensibilidad y es capaz de negar el tacto. El blanco, la luz pura, es la suma de todos los colores. El negro, la negación de la luz, también lo es. ¿Quién puede desentrañar esa enigmática paradoja? Cada color, cada reflejo del sol o la luna en el agua, cada brillo de la piel del amado o de la amada, cada hoja viva o muerta, cada mancha del animal, cada despertar con su apertura del párpado a la luz, cada molécula visible brillando en las diferentes horas del día o de la noche... Cada partícula de color desentraña la paradoja