Cuando uno ha tenido a lo largo de su vida las actitudes del cristiano, del ateo y del agnóstico, siempre con la intensidad y curiosidad que caracterizan al humano atento y que uno mismo promueve, se tiene la ventaja de disfrutar de simbolismos aparentemente lejanos entre sí, e incluso aparentemente contradictorios, de poseer una riqueza en el acercamiento a obras humanas por la que hay que estar más que agradecido. Unas obras se comprenden mejor que otras, por supuesto, pero el acercamiento a todas y cada una de ellas profundiza la intuición de los mundos posibles del pasado, del presente y del futuro.
Uniendo todas en un imposible otro mundo, que también es el nuestro, se comprende la existencia de un espacio que va de lo monstruoso a la armonía y que no es lineal porque, en sus límites, los monstruos y los espíritus de apariencia armónica son indistinguibles en su estar frente a nosotros, en su habitar nuestras conciencias y en encarnar lo que de dicha y sufrimiento compone el anhelo al que todos parecemos estar llamados mientras pensamos, sentimos y soñamos.
Dejo aquí unas muestras de los imaginarios humanos, en imágenes tomadas por el mundo y en ese ámbito que se considera es sagrado, a lo largo del tiempo y del espacio.
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