El jefe se le quedaba mirando, su mirada cambiaba, se volvía directa pero parecía no mirarle, estaba escrutando algo en su interior. No era la primera vez, el diálogo se cortaba en esos momentos y el vacío producido por la falta de mirada generaba una especie de globo de incomunicación insoportable para quien estaba ante el jefe.
Ricardo, el jefe, tenía el síndrome de McFarlain. ¿Y quién se ocupaba de que Enrique, el empleado, tuviera el síndrome de Inhibición Alternativa, el que no le permitía atender cualquier cosa que no hubiera sido planteada por su mente antes de que se le comunicara?
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Desde que hace décadas, allá por los años treinta del presente siglo, fueron catalogadas, y reunidas en el BADAGUA (Banco de Datos Genético Universal Autogenerativo), casi todas las personalidades posibles de quienes nacen en cualquier parte del mundo; desde entonces, todo está bajo control y ningún proceso de comunicación entre humanos impide la productividad continua gracias a la CUS (Clasificación Universal de Síndromes).
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El Congreso de los Sindrómicos se ha reunido tras la celebración de las elecciones genéticas con la siguiente composición:
Un 9,3 % de representantes de ancianos que sufren el síndrome de Ryan’s Daughter (quienes superados los sesenta años creen vivir en un tiempo ya pasado y poseer capacidades proféticas que describen el tiempo actual).
Un 15,8 % de representantes de quienes sufren el síndrome Roll Out (quienes aspiran a cambiar el mundo sin analizar cuáles son las condiciones del propio mundo ni quieren cambiar ellos mismos).
Un 16,3 % de representantes de quienes sufren el síndrome Ni Hao (quienes continuamente dan la bienvenida a cualquier novedad tecnológica vestida con los ropajes de la publicidad, sirva para lo que sirva o no sirva para nada ni aporte nada nuevo o beneficioso).
Un 21,4 % de representantes de quienes sufren el síndrome Happy Apocalypse (quienes se comportan con lo que se suele denominar normalidad aun sabiendo que las condiciones sociales en las que viven conducen a la autodestrucción y la decadencia).
Un 37,2 % de representantes de quienes sufren el síndrome de Quiasme (quienes huyen de la imbricación con la realidad por considerarla repugnante y/o denigrante).
Su primera decisión ha sido la de comenzar a consensuar una tabla de jerarquía de síndromes que encauce los valores que cada uno de ellos aportará en el futuro, según la carestía de las terapias que requieran sus disfunciones y la posibilidad de reducirlas hasta su reconversión en nuevos síndromes.
Excelente, amigo Trans. Profetico o mas bien de rabiosa actualidad.
ResponderEliminarGracias.
Un abrazo
Muchísimas gracias a ti, querida amiga Igoa, y un beso.
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