Desde el límite voy a describir mis emociones, que no mis pensamientos o raciocinios, puesto que aquellas, en apariencia, son la excepción en mi vida. Deseo, recreándolas aquí, mostrar cómo se convierten en su auténtica esencia (suponiendo que pueda existir una esencia en estos tiempos descreídos, con lo que no quiero decir que sean tiempos faltos de fe sino de conocimiento).
Soy alguien parco en palabras, como corresponde a un ser (si es que todavía se puede usar esa palabra), que valora el pensamiento y la razón como fundamento y efecto de la acción. ¿Un ilustrado? Quizá más bien un tataranieto de la Ilustración. ¿Un posmoderno? Mi tiempo es el de la posmodernidad. Mi ilusión es el individualismo como posibilidad irrealizable ante la consciencia de que sólo en sociedad sobrevivimos como individuos. Pretendo desmentir mi parquedad verbal con las memorias que espero y deseo que tengas el placer de leer a continuación. Quizá de esta forma quede desmentida, para mí y para el mundo, la racionalidad que aparentemente me adorna y que mi vivencia constante de la pasión parece poner en entredicho o afirmar exageradamente.
Vivamos o revivamos pues, juntos, esta recreación descriptiva de las emociones, de mis emociones, de todo aquello que desde la profundidad de la historia repiquetea en el tiempo vital que me ha sido concedido. No son hechos, son sensaciones disfrazadas de anécdotas, de sucesos, de procesos que se adentran en la noche del tiempo y parecen ser capaces de acariciar o pellizcar la piel desde dentro, desde un tacto que, aun procediendo del exterior, se produce en el interior de la piel, allí donde la carne parece buscar al hueso para tener la certeza de una existencia real.
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