Ir al contenido principal

EL LIBRO DE LAS EMOCIONES (1)


 

 

Desde el límite voy a describir mis emociones, que no mis pensamientos o raciocinios, puesto que aquellas, en apariencia, son la excepción en mi vida. Deseo, recreándolas aquí, mostrar cómo se convierten en su auténtica esencia (suponiendo que pueda existir una esencia en estos tiempos descreídos, con lo que no quiero decir que sean tiempos faltos de fe sino de conocimiento).

 

Soy alguien parco en palabras, como corresponde a un ser (si es que todavía se puede usar esa palabra), que valora el pensamiento y la razón como fundamento y efecto de la acción. ¿Un ilustrado? Quizá más bien un tataranieto de la Ilustración. ¿Un posmoderno? Mi tiempo es el de la posmodernidad. Mi ilusión es el individualismo como posibilidad irrealizable ante la consciencia de que sólo en sociedad sobrevivimos como individuos. Pretendo desmentir mi parquedad verbal con las memorias que espero y deseo que tengas el placer de leer a continuación. Quizá de esta forma quede desmentida, para mí y para el mundo, la racionalidad que aparentemente me adorna y que mi vivencia constante de la pasión parece poner en entredicho o afirmar exageradamente.

 

Vivamos o revivamos pues, juntos, esta recreación descriptiva de las emociones, de mis emociones, de todo aquello que desde la profundidad de la historia repiquetea en el tiempo vital que me ha sido concedido. No son hechos, son sensaciones disfrazadas de anécdotas, de sucesos, de procesos que se adentran en la noche del tiempo y parecen ser capaces de acariciar o pellizcar la piel desde dentro, desde un tacto que, aun procediendo del exterior, se produce en el interior de la piel, allí donde la carne parece buscar al hueso para tener la certeza de una existencia real.

 

Comentarios

Entradas populares de este blog

EL OCASO, LA AURORA

  Por muy hermoso que pueda ser un atardecer en Praga, en el Río de la Plata o en el Sahara, el amanecer nos espera como una puerta abierta a cualquier posibilidad que podamos inventar, sirviéndole de alternativa. Su belleza se encuentra en su potencialidad luminosa y en el ofrecimiento que nos hace de seguir caminando, incluso aunque solo sea en círculo. Y nuestro deseo de luz no se produce para que quede iluminado algo que pertenece al pasado, como en la imagen hoy irrepetible, que ha sido aniquilado cumpliendo el afán destructivo que caracteriza hoy las sociedades humanas y que pretende sustituir el afán de renovación que caracteriza nuestros mejores momentos.  ¿Cómo diferenciar la aurora del ocaso? Solo podemos hacerlo gracias a nuestra disposición a vivir o a descansar, a olvidar, a recordar y a renovar la vida en su constante cambio y en su permanencia inestable, la que proporciona esos momentos de felicidad que dan sentido al recorrido circular

COMUNICARSE

Desde que comenzó el año he dedicado parte de mi tiempo a compartir con quien le interese una de mis pasiones, la fotografía, gracias a la existencia de comunidades en la red que permiten hacerlo con personas de cualquier parte del mundo. Está siendo una gran experiencia por lo que supone contemplar lo que produce esa misma pasión en otras personas y lo que sugiere en ellas el producto de la mía. Resultado de esa agradable experiencia es que uno, sin pretenderlo, llega a conocer lo que más gusta a otros de lo que produce. Una curiosa experiencia esta de la comunicación que pone en valor unas fotografías sobre otras y enseña lo que uno es capaz de comunicar aunque no lo pretenda. Dejo aquí algunas de las fotografías que más han gustado y que han hecho que yo aprenda y sepa algo más de lo que somos, queremos, apreciamos y disfrutamos quienes nos decidimos a comunicarnos, en este caso a través de la imagen: Cómo me alegró que esta fotografía, tomada a más de 4300 metros de

ACTUALIDAD CIUDADANA

El otro día me encontré llorando ante las noticias que llegaban desde París, ante la barbarie indiscriminada y ante las reacciones de fuerza y miedo de los ciudadanos por excelencia que son los habitantes de la extraordinaria capital de Francia. La tristeza es una reacción normal ante la violencia ejercida contra mis vecinos, en sus lugares de encuentro y en unas calles a las que amo tanto por vivencias personales como por ser calles emblemáticas de la convivencia ciudadana. Pero lo más normal puede que no sea lo más deseable. No me he encontrado llorando ante los continuos atentados con un volumen de muertos ya incontable en países como Irak, Siria o Líbano, países que parecen ajenos a nosotros pero de cuya historia también somos herederos, aunque lo olvidemos más fácilmente que la herencia de la ciudadanía creada y recreada en Francia y puesta en práctica durante siglos en las hoy azotadas calles de París. ¿Seguiré (seguiremos) sin tener la auténtica e íntima conciencia