DECIMOSÉPTIMA EMOCIÓN
Pasear por el campo cuando queda mucha vida por vivir es preparar, sin saberlo, el paseo por el campo cuando se ha vivido una vida, aunque nunca llegara ese nuevo paseo. El presente de la juventud siempre es recuerdo futuro, y puede ocurrir que nunca llegue la oportunidad de que se realice. Cuando se ha vivido una vida la falta de color en el paseo invernal es el color de lo natural, es pasado y presente, es primavera eterna, renovación fundamentada en la muerte, en su realidad.
Uno cree conocer una comarca variada en sí misma, plena de valles y llanuras que los unen amablemente, como favoreciendo el fluir de las aguas que convierten aquella comarca en la cuna de la variedad vegetal y del aprovechamiento amable de la tierra, lo mismo que las abejas producen allí una miel muy apreciada gracias a su vagar entre las aromáticas plantas que adornan los huecos que el humano parece querer dejar como tributo al bosque que él taló para convertir la tierra en bandeja de la diversidad de los alimentos.
Un llano ondulado da acceso al pueblo, desde él ya se atisba el hundimiento que tras las casas provoca el valle. Y tras atravesar la plaza y dejar a un lado la iglesia se asoma uno, casi por necesidad, al valle. No, a los valles, a izquierda, derecha y de frente se abre un valle tan sinuoso que parece ser más de uno y en el que se accede al privilegio de contemplar que otros pequeños valles tan variados como el primero desembocan en él. Y la experiencia continúa intensificándose si dirigimos nuestros pasos a la derecha y hollamos los campos labrados de olivos, pisoteamos los cañaverales provocados por las pasadas humedades y nos dejamos acariciar por los aromas del tomillo, el romero y el cantueso. Todo es pardo porque el seco invierno no perdona, pero el recuerdo del verdor está en los escasos pinos, en las hojas de los olivos y en las grisáceas plantas aromáticas. Sí, esto es el paraíso, uno de los paraísos que quedan en la tierra porque en esta comarca se ve la convivencia, la pequeña lucha, el esfuerzo de humanos y naturaleza por ser cada uno de ellos lo que son sin dejar de contar con ese complementario que Dios no supo educar pero que, a veces, se ordena para bien de todos los componentes que forman un lugar.
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