SEPTUAGÉSIMO SÉPTIMA EMOCIÓN
La escucha es la gran pregunta que me hago constantemente mientras te narro lo que sabes y desconoces de mi no vida. Yo desconozco si existe tu escucha. ¿Serás capaz de comunicarte conmigo de otra forma que la que estás empleando para que yo pueda atisbar si te llega algo de lo que te cuento? No espero que lo comprendas o lo compartas, solo desearía que fueras capaz de escucharlo, que fueras capaz de salir de tu relato y te llegaran los ecos de mí, ese gran negado que hoy estás afirmando como si tú fueras alguien que pudiera enderezar la vida, no la tuya, sino la de todos, una vida auténtica en la que sueñas y no sabes expulsar hacia el exterior, hacia todo aquello que te devuelve al hecho de que tu vida no es tan importante, ni tan justa, ni tan bien fundamentada como creías que era.
Ay, no padre, no sé lo que me ocurre mientras te dirijo estas palabras imposibles para cualquiera que no te sepa. Me reconozco en mi debilidad de hijo no nacido, aunque esté echándote en cara tu debilidad disfrazada de esa fuerza afirmativa que te permite la realización de demasiadas negaciones, muchas más que las que tú crees realizar y afirmar. Permíteme la redundancia que pretende soslayar tu severidad. Sí, dulce severidad, aunque férrea en el caso de mi no nacimiento, de mi dura no vida desde tu pretensión afirmativa.
Te sé demasiado porque soy la negación de tu afirmación. Espero que te duela mi no existencia, que te duela la causa de ello, que te duela la posibilidad de haber enfocado todo de otra forma, más suave, menos crítica, más llevadera y mucho más alejada de la rigidez de la muerte de lo que nunca quisiste comprender.
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