Alma a quien todo un dios prisión
ha sido,
venas que humor a tanto fuego han
dado,
medulas que han gloriosamente
ardido,
su cuerpo dejará, no su cuidado;
serán ceniza, mas tendrá sentido;
polvo serán, mas polvo enamorado.
Francisco de Quevedo
Amor constante más allá de la muerte
A
solas con nosotros mismos, sin compañía, sin reflejos en los que poder
mirarnos, podemos mirar nuestras manos, los pies, contemplar nuestro vientre
con ese redondo origen de la vida que es el ombligo, el sexo, las piernas que
nos sostienen. En cambio, poseemos la incapacidad de mirar, de ver, nuestra
posterioridad, el dorso de lo que somos, aquello que mostramos a quien
abandonamos y a los lugares de los que nos alejamos. Y además, en lo que se
refiere a nuestras facultades, hay algo que tiene una importancia fundamental
que permanece oculto a nuestras miradas. Es nuestro propio rostro lo que se nos
oculta permanentemente, el rostro se hurta a nuestra visión, quizá para poder
verlo reflejado solo en el rostro de otro congénere y que nos sirva de
fundamento, el reflejo deformado de nuestro rostro que vemos en el suyo cuando
nos mira, para iniciar una inevitable relación. Quizá esta imposibilidad de
contemplar nuestro propio rostro sea uno de los orígenes de haber inventado la
separación en nosotros mismos de cuerpo y espíritu.
Esa
materia que somos, eso que llamamos cuerpo, podría ser un sueño que se
deshilacha a medida que lo vivimos. Nos hemos acostumbrado desde antiguo a ver
el cuerpo como algo exterior a cada uno de nosotros, como si fuera un bien de
uso y disfrute de alguien que reside en él, que es su propietario o
usufructuario. Ese alguien soñado, que solo podemos identificar con las
características de nuestro propio cuerpo, puede llegar a saber, a poco que
observemos, que quizá la única constatación posible o inventada sea que
nuestro exterior no es otra cosa que un interior aseado, el interior del alma
que nos empeñamos en forjar a lo largo de la vida con el fin de no desaparecer
del todo. Puede que deseemos creer en la apariencia de que solo el cuerpo
desaparece y permanece, y que al morir, al reincorporar nuestra materia al
resto de la naturaleza, permanece ese alguien, esa inteligencia, ese recuerdo,
esas consciencia y conciencia en las que sí nos es fácil reconocernos como
nosotros mismos aunque todo ello constituya una materia inaferrable, falta de
manos a las que acudir en ofrecimiento o como ayuda.
Tras
la muerte, tras el momento en que el cuerpo parece dejar de funcionar, momento
engañoso donde los haya puesto que sus componentes (buena parte de sus células)
siguen vivos, el cuerpo se esconde bajo tierra o se hurta su presencia gracias
al fuego u otras artimañas, quizá para afirmar la vigencia de un espíritu indemostrable,
una materia que tiene las propiedades de las apariencias, como las tienen las
representaciones del cuerpo que llamamos obras de arte.
Hola, Trans! Aqui estoy medio aturdida de tanto retumbar los tambores del templo de Ganesh, hoy dia fausto de luna llena, nueva consagracion tras las obras de restauracion. Llevan tres dia recitando mantras pujares venidos de todos los templos vecinos.
ResponderEliminarNo se si podre salir de casa, llena esta la calle, las aceras de vehiculos.
Tu "CUERPOS" me ha hecho meditar!
Como bien dices, no nos vemos "directamente" mas que de pecho para abajo y eso por una cara.
Ah! Me contorsiono en tu honor y alcanzo a vislumbrar ciertas partes de mi "deshilachado" cuerpo. Jajaja!
Cierto, la perennidad de nuestra esencia, de nuestra alma, de nuestro espiritu triunfante de los gusanos, buitres y lenguas de fuego es un lenitivo a todos los desmanes de este mundo.
?Como podrian los humanos perseverar en la vida con tanto ahinco sin el senuelo del sexo o la vida eterna?
Prefiero el ARTE a los espejos y sobre todo al reflejo en el Otro.
Un abrazo
Este San Cristobal tuyo es "un Anubis Nikiado"...
Lo has expuesto perfectamente....somos una materia !
ResponderEliminarIgoa, parece que los tambores del templo de Ganesh y las multitudes en torno a la luna llena están muy cerca de las celebraciones de por aquí, aunque me gustaría estar por allí y ver y sentir todo eso que transmites.
ResponderEliminarSeguiremos contorsionándonos en busca de nosotros mismos y de nuestro reflejo en el otro hasta que nos llegue la hora en que Anubis pese nuestra vida.
Gracias y saludos.
Así es, Mark, somos una materia tan desbordante de vida y pensamiento que parece que es algo más.
ResponderEliminarGracias y saludos.
Hoy precisamente he ido a hacer fotos de procesiones, y mira tu por donde me he fijado en que las imágenes también tienen partes oscuras, pero tan peripuestas ó mas que las delanteras. Para eso están las "camareras"-creo que se llamán así- que las cuidan primorosamente cuando van a ser expuestas por la calle.
ResponderEliminarY ahora que lo analizas tan divinamente, me acuero también de esa "madre" que no se pierde un detalle de la cola de su hija en su boda. Hay que ver lo que se lo curran muchas, para que ese lado resplandezca como la parte principal. ¿Será para que el final sea el mismo por todas partes.?
Carlos, nosotros, los vivos, no tenemos "camareras" que nos cuiden hasta el último detalle, así que tenemos que apañárnoslas con lucirnos tal cual somos, una tarea nada fácil aunque algunos crean que todo tiene arreglo pasando por las manos de un cirujano experto en cuerpos aparentes aunque quizá un poco vacíos.
ResponderEliminarGracias y saludos.
Tras: muchas felicidades por tu explicación y reflexión sobre el cuerpo. Mientras esperamos que Osisris (también dios de los muertos y padre de Anubis, quien guarda la necrópolis) nos llame hemos de cuidar nuestro cuerpo y alma, lo mejor que podamos. Fantásticas fotos. Feliz S Santa. Un beso
ResponderEliminarUna bella y realista exaltación al cuerpo humano que por desgracia nuestra cultura y muchas religiones mutilan.
ResponderEliminarSi lo deseas y no lo conoces busca a Walt Whitman, y su bello y profundo poema dedicado al cuerpo.
Encantada de nuevo de leerte.
Un saludo Alfonso
Ven, dijo mi alma,
ResponderEliminarescribamos versos para mi cuerpo (pues somos uno),
a fin de que, si vuelvo invisiblemente después de la muerte,
o si mucho, mucho tiempo después, en otras esferas,
dirijo allá mis cantos otra vez a un grupo de compañeros,
(adaptándolos a la tierra, árboles, vientos, olas tumultuosas),
pueda yo siempre conservar una sonrisa de alegría,
reconociendo eternamente mis versos; pues aquí y ahora,
firmo por el alma y por el cuerpo, y pongo ante ellos mi nombre.
Walt Whitman
Canto el yo, persona simple, separada;
No obstante, pronuncio la palabra democrática, la palabra en masa.
La fisiología de la cabeza a los pies, yo canto,
ni la fisonomía sola, ni el cerebro solo, son dignos de la musa;
digo que el cuerpo completo es más digno,
a la mujer igual que al hombre, yo canto.
De la vida inmensa en la pasión, en la elasticidad, en la fuerza,
alegre, para la más libre acción formado según las leyes divinas,
Canto al hombre moderno.
Walt Whitman.
Muchas gracias a ti, Agueda, por apreciarlo y disfrutarlo.
ResponderEliminarSeguiremos cuidando el cuerpo, intentando que sea de una forma integral y sin muchas medicinas.
Gracias de nuevo y saludos.
Aurora, cada vez que se lee y relee a Walt Whitman parece que nuestros sentidos despertaran y nuestra dignidad siguiera viva.
ResponderEliminarGracias y saludos.
El cuerpo es una parte insignificante de la novela que es la vida.
ResponderEliminarMás breve no lo puedo decir.
Un abrazo.
Blas, no puedes decirlo más breve ni más certero. No es fácil escribir la novela de la vida con el lápiz del cuerpo pero es lo único que tenemos.
ResponderEliminarGracias y saludos.