En una sola mañana un
habitante de la tierra, yo en este caso pero podría ser cualquiera, se ve
abrumado por un cúmulo de conocimientos o informaciones que podría resultar
indigerible, aunque es evidente que no es así, puesto que aquí estoy, vivo,
creo que sano y con capacidad de contarlo.
Después de leer que ha
sido profanada la tumba de Murnau, el director de cine cuya impresionante obra
es uno de los máximos exponentes de la creatividad y la capacidad de poner en
imágenes una esencia visionaria, recibo una fotografía enviada por mi hija.
Ella anda viajando por la India tras dedicar sus esfuerzos a paliar miserias extremas
con el acogimiento de bebés abandonados en basureros, o a orillas de un camino,
que se los encuentra, por ejemplo, a uno cubierto totalmente de hormigas, o a
otro sin manos y sin ojos porque se los han comido las ratas. Lo escribo
estremecido, sin poder glosar aberraciones tan patentes como las que acabo de
contar, aunque haya organizaciones y personas, como mi propia hija, que
intentan paliar la destrucción espantosa y fenoménica que supone y simboliza el
abandono de esos niños.
Me había referido antes
a una fotografía que había recibido, en ella se ve el Taj Mahal a lo lejos,
envuelto en la bruma propia de la estación en la que nos encontramos, justo
antes de que se desencadene el monzón. Una presencia fantasmal y sublime que es
compañera de los bebés abandonados con una naturalidad que pasma con el color
blanco del luto del mausoleo y con el color sangre del muro que lo rodea.
Cuando uno conoce la
miseria de cerca, y hay demasiada en el mundo como para cerrar los ojos ante
ella, desea que solo exista sangre y luto, que lo único que tome cuerpo sean
esas realidades. Pero el monumento del amor y la muerte, el Taj Mahal, nos
recuerda que la combinación de sangre y luto insertada en la naturaleza puede
ser bella. Y me rebelo contra mí mismo por seguir apreciando la belleza tras
conocer esas formas terroríficas de la miseria (o las formas temibles y
simbólicas que suponen robar el cráneo de Murnau). Y a renglón seguido me
corrijo recordando:
“Pues la belleza no es nada
sino el principio de lo terrible, lo que somos apenas capaces
de soportar, lo que sólo admiramos porque serenamente
desdeña destrozarnos”
sino el principio de lo terrible, lo que somos apenas capaces
de soportar, lo que sólo admiramos porque serenamente
desdeña destrozarnos”
como escribió R. M.
Rilke, en versos a cuya sabiduría me veo obligado a acceder de nuevo, a pesar
de haberlo hecho hace ya muchos años.
Y en esa misma mañana
mi rebelión continúa ante el uso de lo que la maquinaria empresarial y de
negocio actual es capaz de tergiversar respecto de las grandes aportaciones de
los humanos. Lo constato en un curso que recibo sobre posibles estructuras
organizativas de servicios empresariales. Una vez más constato que conceptos y
prácticas tan extraordinarios como es el conocimiento, son utilizados y
deformados para sacar rendimiento económico de ellos. En ese curso se llega a
hablar, incluso, de “sabiduría” como de la capacidad de tomar decisiones
económicamente beneficiosas por parte de una empresa. Como si la sabiduría no
fuera apelar a la sangre, al luto, a la miseria y a la belleza como integrantes
de la vida y capacitadores de un aliento vital que podría conducir a los humanos
a una mejora que sería capaz de asumir por un lado, y negar por otro, todas
nuestras capacidades, construcciones, creatividad y destrucciones, esas que nos
definen y con las que caminamos por el desierto actual (veo el termómetro pasar
de 42 a 43 grados cuando salgo a la calle al final de la mañana) rodeado de
plantas y animales artificiales que simulan que la auténtica vida sigue viva.
En una mañana se
encuentra el todo, si es que el todo existiera. En una mañana la vida pasa por
delante y por detrás de uno como si pudiera digerirla, como si el conocimiento
fuera una dura piedra moldeable como el barro, que acaricia la sensibilidad de
un humano dispuesto a que sus sentidos solo se atrofien cuando el propio barro
cubra lo que un día fue su manera de estar en el mundo.
Apreciado Alfonso,,me resulta muy dificil ver belleza en la destruccion. Es bella como muchos otros tu hija, que esta en la india ayudando humanamente en lo que puede.
ResponderEliminarSupongo que el amor al pider es lo que hace a los humanos deshumanizarse.
La profunda desgracia de tantos pueblos es la responsabilidad de todos, solo toca que la asumamos.
Un saludo
Y tanto que es difícil digerir. Personalmente me afecta demasiado y no pude soportar seguir en alguna ONG de ese tipo. A veces ni soporto a esa gente "mega feliz" que me llama pesimista por mostrar la realidad natural frente al teatro y la falsedad que ponen otros. No entiendo tanta injusticia ni aunque me la quieran explicar. No me convence nada. La foto por cierto genial. Y enhorabuena también por esa hija en el filo de la navaja.
ResponderEliminarAurora, la belleza y la destrucción van parejas en el mundo, no queremos que sea así pero su convivencia se nos echa encima. Podemos intentar que el camino de la destrucción sea cda vez más estrecho y ensanchar el camino de la construcción.
ResponderEliminarGracias y saludos.
No, Carlos, seguro que no eres pesimista, simplemente constatas que no está el mundo en el camino de la justicia sino todo lo contrario.
ResponderEliminarY te agradezco mucho la felicitación por la foto y por mi hija.
Gracias de nuevo y saludos.
Estimado Alfonso: en primer lugar felicitarte a ti y a la maravillosa hija que tienes. Su labor es increíble y dice mucho de la educación que ha recibido y mamado. No entiendo cómo se puede permitir lo que se permite (o se mira para otro lado) con los niños o los ancianos. tenemos que lograr construir y no destruir. La foto es preciosa. Un beso
ResponderEliminarAgueda, mientras haya jóvenes que construyan en lugar de destruir, podemos seguir adelante.
ResponderEliminarGracias y saludos.
Shah Jahan, traicionado y vencido por su hijo, paso los ultimos anos de su vida prisionero en este RED FORT DE AGRA comtemplando su obra maestra: el TAJ MAHAL, donde le esperaba su esposa adorada, Mumtad.
ResponderEliminarQue terrible desesperacion, que miedo dbe atenazar a esas pobres mujeres que ni siquiera tienen la fuerza de abandonar a sus hijos a la puerta de un templo, de un convento; en un bosque, en un rio amparados por la Naturaleza...
Esas madres necesitan urgentemente ser salvadas, ellas, las que los producen y no pueden asumirlos.
La BELLEZA, nos arrastra, nos distrae, nos anestesia...nos da un respiro en medio del caos precursor de la nueva VIDA.
Gracias y saludos
Sí, Igoa, sí y sí, y además seguro que tú conoces todo esa terribilidad en directo.
ResponderEliminarLa belleza está fatalmente entremezclada en los entresijos de todo lo que es vida para bien y para mal.
Gracias y saludos.
En este comentario nada más destacar la labor de tu hija, digna merecedora del orgullo de su padre. La foto esta sacada -creo- desde el Fuerte rojo de Agra. Hace tanto tiempo que anduve por esos lugares que ya casi ni me acuerdo.
ResponderEliminarUn abrazo, 'tras...'.
Creo, Blas, que recuerdas bien tu visita a Agra y que renovar el recuerdo es buena cosa para quienes nos vamos haciendo mayores. Mientras, algunos jóvenes quizá intentan regenerar algo el mundo.
ResponderEliminarGracias y saludos.
En el fondo somos .... Mientras creemos ser y estar estrellas apagadas en un negro mar de inseguridad, tierra fértil para el provecho particular de quien no le importa nada más. Y a nuestro lado pasa silente todo y nada... Porque depende de la perspectiva con la que lo sientan nuestras alas, ganas, sonrisa, inercia, paso... Palabra.
ResponderEliminarEs absolutamente simple y complejo. Cierto e incierto. Pero el denominador común es frío y ojalá obsoleto.... Aunque aún no ... Me temo.
Athenea, aún no...
ResponderEliminarEsperemos que nuestra inseguridad sepamos transformarla en construcción y creatividad en lugar de en violencia y sinrazón.
Gracias y saludos.
Me han conmovido tus palabras que describen magistralmente una realidad dura y cruel. Con personas como tu hija sí es posible una puerta a la esperanza. Hace falta dinero para remediar tanto mal, pero, eso sí, en manos de personas valientes y honradas. Gracias. Alfonso, no sólo por tu bella aportación literaria, también por traernos la verdad y bondad a través de tu hija. Un abrazo MarisaD-P
ResponderEliminarMuchas gracias a ti, Marisa. Y lo mejor de todo es que ella lo hace con una naturalidad absoluta, como si esa aportación suya fuera lo normal.
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