Creo que es momento de
repasar algunos de los pequeños y grandes momentos de felicidad que me ha
proporcionado este año que termina:
Conocer algo de Rusia, de
sus extraños entresijos y de una vida tan peculiar desde mi punto de vista como
su alfabeto. Una tierra grandiosa y unas gentes que parecen guardar secretos
envueltos en una amabilidad fría que parece provenir de un sótano en el que se
ven obligados a esconderse.
Y también allí, en San
Petersburgo, el lujo se desborda como si el río y los canales a los que se
asoma, teme y utiliza, fueran los frágiles cimientos de una forma de vida a la
que aspirar y que nunca se realiza salvo en los ritos cantados de las iglesias
y en la supervivencia como identidad.
Mucho más cerca
de mi casa me he encontrado con un lugar que podría parecer el Tíbet y que solo
es un fragmento de muro de un pequeño pueblo al pie de unas montañas. Los
lugares y las luces pueden hacer que los recuerdos y los anhelos se plieguen
como hojas de papel hasta acercar geografías distantes y posibilidades nuevas.
He comprobado
una vez más que las fronteras son esas líneas dibujadas en los deformantes
mapas del mundo que, cuando se llega a ellas, se convierten en viveros de nueva
vida y en recordatorios de nuestro extraño afincarse en la tierra.
Siempre aparece
un árbol en mi camino que me recuerda con su juventud o su vejez que todo es
tránsito, ciclo, adaptación y cambio.
Un detalle
apetitoso se me ofrece en una lejana ciudad junto al mar Báltico como si me
hubiera estado esperando para conocer el disfrute de lo igual por diferente, de
lo diverso por similar.
Y al otro lado
del Báltico la mundialización actual me enseña la obra de un artista coreano
que sabe lo que el laberinto temporal puede llegar a ser, aunque no sepa
transfigurarlo en belleza.
Los montes, de
nuevo, han querido cruzarse en mi camino para imponer su presencia amablemente
amenazadora. Una vez más les doy las gracias y les envío mis respetos.
Y entre dos
escaleras me he movido, como entre los extremos del mundo, una palaciega, y
otra no tanto. Ambas han acogido mis pasos y me han susurrado secretos
poderosos en un idioma que entiendo a medias y que me hace inventar recuerdos y
posibilidades que sin duda son mi vida, la vida.
Somos cada paso, somos cada legado que existe y al formar parte de nosotros a otros se deja.
ResponderEliminarEn nuestro periplo los pasos trazan senderos, encontramos manjares, árboles y tocamos nuestro propio cielo. Aprendemos, desapremdemos, imaginamos y nos recomponemos.
Fotos con esencia, fotos con presencia, con recuerdos que ahora son tu Sena/seña
Esa roca parece un sombrero esperando descifrar los acertijos del firmamento.
Un abrazo de luz a luz
Sí, Athenea, sí que somos cada paso y vamos trazando senderos que a su vez nos construyen.
ResponderEliminarOjalá sepamos intentar descifrar los infinitos acertijos.
Gracias y saludos.
Prefiero IMAGINAR...demasiado tiempo para recordar.
ResponderEliminarMi tiempo apremia.
Gracias y saludos
Continuemos imaginando, amiga Igoa, y creo que el recuerdo también es imaginación, solo que enmarcada.
ResponderEliminarGracias y saludos.
Año productivo. Además, tu le sabes sacar partido: para vivir, para pensar y meditar.
ResponderEliminarBien!!.
Eso intento, amigo Blas. Me alegra que a ti te parezca que le saco partido.
ResponderEliminarGracias y saludos.
Y de nuevo me alegro de tantas coincidencias hasta en fotos que admiro.
ResponderEliminarMe han recomendado mucho y me apetece, en crucero por las capitales balticas.
El descubrir encuadres y detalles impresionantes a la vuelta de la esquina, me sigue pasando.
Las escaleras me matan, cuando siempre pensé que eran "sanas".
Y las fronteras, que aparte de las naturales, me parecen cosa del pasado rancio.
Espero que el año nuevo, sea por lo menos algo similar y mejorando siempre.
Bueno, amigo Carlos, lo de mejorar siempre es más un deseo que una realidad, pero es bueno estar en ello. En cuanto al Báltico, es un mundo extraordinariamente atractivo.
ResponderEliminarGracias y saludos.