Siempre es estimulante visitar Barcelona, una ciudad de interesante y peculiar personalidad que es una de las urbes más paseables que conozco.
En los pasados días he repetido la experiencia y quiero destacar de ella la extraordinaria visita que ofrece hoy el antiguo Hospital de la Santa Creu i Sant Pau. Una obra modernista del arquitecto Lluís Domènech i Montaner que ha cumplido un siglo de existencia y que, junto a su decoración, tan atractiva como peculiar, regaló a la ciudad una forma hospitalaria revolucionaria para su época, una funcionalidad pensada para la curación de los pacientes y su bienestar que fue ejemplo de lo que una institución sanitaria pública podía ofrecer en su momento.
Pasear por aquel recinto, entre sus pabellones especializados y sus
jardines, y recorrer los subterráneos que los unían, permite apreciar lo
que gran arquitectura y propósitos bien enfocados pueden ofrecer para
la satisfacción de las necesidades de los humanos. Un ejemplo a seguir
hoy en el contexto democrático que nos debería caracterizar y que
siempre está por desarrollar y mejorar.
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