A uno no le queda otra que aceptar sus querencias, tan inexplicables como la propia existencia de uno mismo.
Y desde ese punto de vista hoy confieso aquí mi debilidad, mi gozo, mi inclinación y mi disfrute respecto de los flamencos.
Voy a intentar aclarar que esta inclinación mía no solo se produce ante
los elegantes animales rosados con quienes he tenido la fortuna de
cruzarme en diversas partes del mundo, sino con muchas de las personas,
hechos e historias que se denominan, o se denominaron en tiempos con el
gentilicio flamenco.
Tan atractivo me resulta el extraño pico de las magníficas aves migratorias que habitan el mundo o el suave colorido de sus plumas, como las pinceladas pastosas y brillantes que la mano de Rembrandt se encargaba de distribuir sobre un lienzo o los coquetos y antiguos ciudades y pueblos que hoy se sitúan en el norte de Bélgica y en los Países Bajos.
Todo esto viene al caso de la emoción pizpireta que me ha producido saber que en este año, si la vida continúa, tendré la ocasión de visitar la exposición de retratos del maestro del siglo XVII y de sus contemporáneos que se celebrará en Madrid, además de otra de ese misterio racionalista, también nacido en el antiguo Flandes, que es el gran Piet Mondrian. Y recuerdo ahora, en otro ámbito, aunque también flamenco, las emociones recientes que me proporcionó escuchar al Collegium Vocale de Gante, o menos recientemente el clavicémbalo acariciado con firmeza por las manos de Gustav Leonhardt, que disfruté en varias ocasiones y que pude estrechar en una de ellas.
Si añado que el cante y baile flamencos me invaden con naturalidad sin causa cuando los contemplo y los escucho, mi sonrojo se vuelve escarlata por atreverme a confesar, juntas, tantas inclinaciones personales en las que ando simpáticamente disuelto y para las que ni encuentro ni deseo explicación alguna.
(imágenes tomadas en Bélgica, España, Italia, Perú y Reino Unido)
Tan atractivo me resulta el extraño pico de las magníficas aves migratorias que habitan el mundo o el suave colorido de sus plumas, como las pinceladas pastosas y brillantes que la mano de Rembrandt se encargaba de distribuir sobre un lienzo o los coquetos y antiguos ciudades y pueblos que hoy se sitúan en el norte de Bélgica y en los Países Bajos.
Todo esto viene al caso de la emoción pizpireta que me ha producido saber que en este año, si la vida continúa, tendré la ocasión de visitar la exposición de retratos del maestro del siglo XVII y de sus contemporáneos que se celebrará en Madrid, además de otra de ese misterio racionalista, también nacido en el antiguo Flandes, que es el gran Piet Mondrian. Y recuerdo ahora, en otro ámbito, aunque también flamenco, las emociones recientes que me proporcionó escuchar al Collegium Vocale de Gante, o menos recientemente el clavicémbalo acariciado con firmeza por las manos de Gustav Leonhardt, que disfruté en varias ocasiones y que pude estrechar en una de ellas.
Si añado que el cante y baile flamencos me invaden con naturalidad sin causa cuando los contemplo y los escucho, mi sonrojo se vuelve escarlata por atreverme a confesar, juntas, tantas inclinaciones personales en las que ando simpáticamente disuelto y para las que ni encuentro ni deseo explicación alguna.
(imágenes tomadas en Bélgica, España, Italia, Perú y Reino Unido)
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