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PARA INICIAR UNA DÉCADA




















En este año se cumplen tres lustros de dos andanzas viajeras que se realizaron en mi transcurrir. El tiempo transcurrido, a su vez, quizá informe de algo más que de su propio sucederse.

Hace quince años Bélgica y China eran dos mundos. ¿Lo siguen siendo? No tanto, no tan poco.

Continúan siendo un pequeño país y un gran país, aunque ambos hoy están más unidos en ese destino único e inevitable del mundo de lo que estaban entonces. La variedad y uniformidad interna de cada uno de ellos continúa su fluir, en pequeño o en grande. La Historia que acumulan sigue presente, la historia de formar parte de realidades exteriores y la historia de creerse únicos mirando hacia sí mismos.

¿Tendrán algo en común actitudes y circunstancias que aparentan ser tan diferentes? ¿Querrán o sabrán convivir hoy y mañana sociedades que se identifican con su unión o su desunión internas de formas tan matizadas como campos, montes y aguas son capaces de mostrar en sus geografías respectivas?

Conocen bien su pasado. ¿Desean construir horizonte de futuro?

(Imágenes tomadas en 2005 en Hong Kong, Bruselas, Hangzhou, Brujas, río Li, Beijing, Dinant, Suzhou, Lovaina y Shanghai)

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Camino del desierto marroquí, desde Marrakech, uno espera encontrar cómo el paisaje se va volviendo más seco, más inhabitable, menos verde, más duro. Pero viajar consiste en asumir sorpresas constantes y, una vez más, ese camino no es lo que uno espera aunque sí algo que quizá hubiera deseado. La tremenda presencia de los cercanos montes del Atlas alimentan caudalosos ríos que dan vida a múltiples valles y poblaciones llenos de bullicio y actividad humana que, desde hace milenios, han convertido aquella región en un lugar que transforma la dureza en vida. El camino hacia lo que uno pensaba que sería la nada es un todo atractivo, único, pleno e inolvidable.

MELANCOLÍA

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EL COLOR

Los que tenemos la fortuna de ver somos alcanzados por forma y color de una forma inseparable, pero el color tiene una potencia que la forma, con su delimitación aparente,  no llega a disuadir. El color parece apuntar a unas capacidades más allá de la supervivencia, esas capacidades que un día se llamaron espirituales y que hoy se podrían denominar más humanas que económicas. El color no describe, no limita, alimenta la parte que es pura visión, quiere a la sensibilidad y es capaz de negar el tacto. El blanco, la luz pura, es la suma de todos los colores. El negro, la negación de la luz, también lo es. ¿Quién puede desentrañar esa enigmática paradoja? Cada color, cada reflejo del sol o la luna en el agua, cada brillo de la piel del amado o de la amada, cada hoja viva o muerta, cada mancha del animal, cada despertar con su apertura del párpado a la luz, cada molécula visible brillando en las diferentes horas del día o de la noche... Cada partícula de color desentraña la paradoja