Hace cincuenta años que murió Igor Stravinsky. Es una buena ocasión para celebrar una personalidad musical única que, como la de Picasso en las artes plásticas, representa o simboliza lo que supone el siglo XX en música, que, como el gran artista español, fue un exiliado tan voluntario como involuntario, y fue con sus obras varios artistas en una única persona.
¿Qué obra le representa más? ¿El mayor escándalo de la historia de la música (La Consagración de la Primavera, 1913) o la cumbre del neoclasicismo musical (The Rake’s Progress, 1951)? ¿La irónica Historia de un soldado (1917) o la solemnemente religiosa Sinfonía de los salmos (1930)?
Su ingente cantidad y variedad de obras abarcan desde la inspiración directa en el folclore ruso o la música ortodoxa hasta la utilización del dodecafonismo y todo tipo de disonancias pasando por el neoclasicismo.
Una obra multiforme, siempre compleja, que promueve la creatividad en el alcance de sus límites y tira del oyente hacia lo infinito muy bien concretado en la multiplicidad de los sonidos armónicos conscientes de su historia inabarcable y su posibilidad sin límites en apariencia.
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