VIGÉSIMO SEXTA EMOCIÓN
Me gustó el colegio al que me llevaste. Me impresionaba y me daba alegría. Claro que yo tenía tres años cuando empecé mi vida en él y eso, sentido desde entonces (ahora es siempre entonces en mí, por si no te has dado cuenta), forma una cotidianidad que quizá convierta la costumbre o la rutina en gusto. La rutina de crecer allí dentro, la costumbre de ir casi todos los días…
Bueno, a lo que iba. No sentí diferencias al principio entre recreo y clase, y eso creo que es la mejor forma de expresar que yo estaba bien allí, incluso que el colegio era como si fuera una habitación mía un poco alejada de nuestra casa y cuyas paredes tenían ventanas a las que me podía asomar de los dos lados. No sé si me comprendes. El patio y el edificio eran la misma habitación. Yo, como tú, fui, soy, muy de habitación, muy de estar con mis cosas aunque estuviera con otros con los que me lo pasaba bien.
Y recuerdo los tres años que pasaron hasta que llegué al colegio. Mi memoria tiene características especiales gracias a mis especiales circunstancias. Los cinco años que me lleva mi hermana facilitaron que su vida no fuera abortada por la mía. Eso quizá lo hicisteis muy bien. Además, a ella le había dado tiempo incluso a desearme, con ese deseo insano y mágico que es el propio de los niños y que yo echo de menos haber tenido. Sí, no te extrañes, yo fui niño y no lo fui gracias a ti, y de ese modo hay circunstancias que solo intuyo, que no puedo recordar de mi no vida, aunque sepa de ellas más que tú, por supuesto.
Si hubiera vivido con lo que tú llamas vida hubiera querido mucho a mi hermana, la que jugaba a cuidarme desde que nací, la que me cuidó de verdad a partir de mis cinco años con esa seriedad tan suya que a mí me daba seguridad y que a ella parecía proporcionarle felicidad, o esa alegría severa que le ha caracterizado en toda su existencia.
Primero llegaron los cambios de pañales y el pecho de mamá con menos emoción que la que reinó después del nacimiento de mi hermana, aunque con un punto especial porque yo era un chico. Sí, lo sé, no haces distinciones entre un sexo y otro, pero eso es solo una teoría; en ti y en mi no madre había algo de especial que intentaré caracterizar como una forma de tocarme, de mirarme, de pensar o soñar en mi futuro, de sexualizarme.
Por si no te lo imaginas, yo lo sé todo, al menos todo lo que concierne a ti y a mí. Espero que mi afirmación te conmueva, te haga salir de tu fría posición respecto a la vida, en la que me incluyes, y remueva tus fibras más íntimas con algo de vitalidad ajena a tus sensaciones y pensamientos.
Quiero y deseo seducirte, no como amante, claro, sino como hijo adulto que acompaña al padre hasta la muerte sin pretender acuciarlo ni tampoco acallar la necesidad del suceso, un hijo cariñoso y árido, inevitable y que se hace necesario… Deseo que no puedas rebelarte ni contra mí ni contra tu pasado ya inamovible. ¿O se puede cambiar el pasado como tú has pretendido hacer inventándome? Bien sabes que no, que lo ya sucedido se convierte en ley de futuro y que pretender saltársela, como tú has pretendido hacer a través de mí, conduce a la horca o, al menos, a quedar suspendido en un aire alejado de la propia realidad, el aire de la angustia y la inexistencia en vida. No participo de ese aire que tú exhalas, aunque aproveche los manejos de tu memoria inventada para acercarme a ti y contarte lo que tú no has querido ni podido narrar.
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