EPÍLOGO VIII
LA CIUDAD
Ofrece detalles del pasado y del presente que llaman a nuestra mirada y la convierten en una observadora llena de interés, en el olvido de ser alguien que pasa sin saber ni conocer, sin curiosidad ni búsqueda.
La ciudad provoca vida intensa si uno se deja querer y comprender, mientras camina, con una pasión racionalista muy alejada de desiertos y selvas, las contrafiguras de su dureza arcaica que pretende ser futurista mientras marca un presente sin horizonte.
La alegría en la ciudad tiene algo de perverso. La tristeza se acumula desde ella, escondida, y abraza lo que deja de ser posible.
La huida de ella y la permanencia en sus entresijos permiten que el mundo nunca llegue a tener sentido.
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