Pareciera que la vida,
algunas veces, te arrebatara parte del ser, ese símbolo del existir; el ser de
un deseo incumplido, el ser de un hecho imposible, el ser incluso de un
recuerdo. Que te lo arrebatara solo con el fin aparente de hacerte un regalo.
Hacía muchos años que
no pisaba la casa de mi abuela, que hoy es de mi tía (un familiar cuyos
concepto y práctica del amor me son extraños, inasequibles, incomprensibles y
lejanos). Ella, la hermana de mi padre, ha vivido lejos durante años y ha
vuelto a sus orígenes recientemente.
¿Quién puede saber por
qué se puso en contacto conmigo y quiso que quedáramos precisamente allí, en
ese lugar que forma parte de mi vida, en casa de la abuela? Nada circunstancial
es importante ante el reencuentro con aquel lugar que la representa a ella, a
mi abuela, desaparecida hace tantos años.
Aun hoy me sigo
preguntando cómo es que tú, abuela, tan adusta y seca, sigues simbolizando el
cariño y todo lo que la infancia, mi infancia, supuso y sigue vivo en este
adulto empeñado en vivir contra viento y marea, como quizá tú supiste
transmitirme.
Supe, deduje, en tus
últimos años, esos que te arrebataron tus infinitas fuerzas físicas y morales,
cuando yo ya vivía mi propia vida, que habías sido una digna hija de tu tiempo
que tuvo que adaptarse a, y soportar, el papel que le había reservado su
momento histórico y lugar de nacimiento. Tú estabas preparada, por carácter y
pasión personal, para cumplir un destino diferente al del ama de casa y fiel
esposa que fuiste. Sé, porque lo pude ver en las actitudes de mi padre, tu
hijo, al que viste morir desconsolada desde tu silla de ruedas, que fuiste el
auténtico y fuerte sostén de tu familia frente a la bondad un tanto inactiva
del abuelo, tu marido. Perderlo al poco de cumplir tus sesenta años permitió
que acompañaras mi infancia, cuando fuiste recogida en casa de mis padres (mi
tía había volado lejos hacía tiempo) y comenzaste a poner a prueba la paciencia
de mi madre.
Pero cualquier actitud
negativa que tu propio carácter y la frustración personal por no haber abarcado
otros mundos que el de la estrechez de una familia corriente, no se traslució
con tus nietos. Nosotros, yo, fuimos agraciados con lo mejor de ti, con las
esencias de lo que alguien es capaz de vivir y asumir en la vida que le ha
tocado recorrer. Siempre estabas a mano, siempre ocupada y dispuesta a
atendernos, a escucharnos, a opinar sin endulzar nada de lo que pensabas
(recuerdo cómo contabas con un deje de asco en tu boca que aquella estupenda
película que anunciaban iban a poner en la televisión, y que tú habías visto
con el abuelo cuando se estrenó en el cine, no te había gustado porque “solo
salían negros”). Y nos llevabas de paseo y te perdías, pero no importaba porque
tu determinación encontraba más pronto o más tarde el camino de vuelta;
nosotros nos quedábamos tranquilos porque en esa determinación estaba tu amor,
un amor nada edulcorado, firme y decidido, que me transmitía la seguridad de
que tus nietos éramos lo primero para ti, y tú te convertirías en heroína
soñada y brillante si fuera necesario, aun con tu pelo blanco y tus eternas
vestiduras negras.
***
Tu casa estaba igual
que como yo la mantenía fija en mi mente, salvo algunos detalles. Ese edificio
de pisos madrileño que pronto cumplirá un siglo, que ha sido remozado y al que
se le ha añadido un ascensor, sigue siendo para mí tu morada, y eso es tanto
como decir que es la mía, la morada de mi infancia, a donde te iba a ver,
cuando todavía era un niño, aunque más crecido que cuando vivías conmigo. En
esas ocasiones nos sentabas en aquellas fúnebres sillas de respaldo
tremendamente recto y vertical, como tu apuesta moral, y que eran para mi un
divertimento y la mejor representación de la comodidad, como lo había sido los años
que viviste en casa de mis padres tu rectitud transformada en cariño hacia mí,
en estar volcada hacia lo que tus nietos deseaban y podían necesitar.
El pan con vino y
azúcar, los pichones guisados, las migas para desayunar, las croquetas para
cenar, todo eso eres tú, es la representación de tu amor por nosotros, y da
color y sabor al amor que te tuve y que te tengo en el recuerdo. Todo ello se
resume en aquellas mediasnoches con bechamel que nos hacías en días especiales
y que yo me atrevo a hacer de vez en cuando para poder darme el placer de
invitar a probarlas a amigos y familiares y, de esa forma, tener la oportunidad
de denominarlas delante de ellos, con orgullo y pasión, “mediasnoches de mi
abuela”.
Casi he vuelto a
revivir toda mi vida al pisar tu casa, tan querida, al recordar el aroma de la
abuela, único, y al sentirme arropado de nuevo por tu fina piel de anciana y tu
voz firme, muy capaz de expresar una sagacidad tan sabia como cuando le dijiste
a mi hermana, en tus últimos días, que no andaba muy alegre en una ocasión en
que te visitamos:
-
Sé joven, no seas
como yo.
Te sigo queriendo,
abuela. Gracias por todo.
Muchos hablan de "amor" ... De medias naranjas y limones, de aventuras y desventuras pero se olvidan de incluir amores de manual; de esos cargados de afecto incondicional que siguen la pauta de la bondad y la estela de la costumbre.
ResponderEliminarLas abuelas suelen ser las personas que, aun existiendo un importante abismo generacional son, están y estarán en nuestro recuerdo, mente y alma por simpre jamás.
Es un amor especial,por lo general, de madre pero con eso de " a mí me toca disfrutar, ya están ( o deben estar) otros para educar"
Me gustado leer-te y acompañarte en tus recuerdos, en cada pisada por cada rincón de las sensaciones que habitan en esa casa.
Un abraz✴
Sí, Athenea, fuera del amor apasionado y del amor como ideal hay amores cotidianos que terminan siendo auténticamente extraordinarios. Me alegra que los recuerdes aquí.
ResponderEliminarMe gusta que me acompañes en mis recuerdos, en las pisadas perdidas por las sensaciones de las casas.
Gracias y saludos.
Yo, también tuve una abuela poderosa, con la que estudié la carrera. En una familia de 9 hermanos, hasta que no vivi con ella, no tuve un lugar para mi solo. En su casa y en su afecto. Luego, de.mayor, recuperé a mi madre, pero la entereza, la capacidad de trabajo y de sacrificio, su moral rígida, pero sin vaivenes, me acompañan todavía. Jamás se quejaba. Exigente conmigo y, sobre todo, con ella misma. No he conocido después una persona tan cabal. Tu texto me la ha recordado.
ResponderEliminarMe has despertado una sensación de que algo muy importante me faltó en mi niñez, al imaginar por tus palabras, la presencia pródiga en amor, bondad y sabiduría de tu abuela, ejemplo vivo -que has sabido aquilatar- de lo que podemos ser capaces de entregar hasta el final de nuestros días.
ResponderEliminarNo tuve la suerte de disfrutar de mis abuelos maternos, fallecieron antes de mi nacimiento, y los paternos viajaron al más allá cuando era muy pequeño y son muy vagos los recuerdos que tengo de ellos. Pero pienso que si tuviera que rendir homenaje a mis abuelas, lo haría con la misma gratitud que lo haces tú, pues siempre escuché a mis padres al hablar de ellas, palabras de entrañable reconocimiento por el amor y celo con que les guiaron y protegieron esas mujeres que no conocí, y de las que me hubiese gustado beber de sus conocimientos y severidad, expresados con un destello de insondable ternura en sus pupilas.
Saludos Tras.
Pablo, me alegra haber povocado esos recuerdos en ti. Nos criaron en parte personas, mujeres, muy cabales. Esa historia de tantas mujeres abuelas y madres y su influencia en tantas vidas está por escribir.
ResponderEliminarGracias y saludos.
Tu sensibilidad no te engaña, Pensador. Es una pena que no pudieras disfrutar de ese cariño y dedicación únicos de los abuelos. Menos mal que prendieron en tí los relatos que tus padres te hacían de ellos. Hay una clase especial de amor y dedicación que les corresponde.
ResponderEliminarGraciaas y saludos.
Todo un homenaje de cariño a la abuela, y a tí mismo, sin duda. Y a las "mediasnoches de la abuela". ¿Ricas?.
ResponderEliminarUn abrazo, 'tras....'
Uf, Blas, más que ricas, incluso las mías que son herederas de las suyas están muy muy ricas. A través de ellas seguimos queriéndonos.
ResponderEliminarGracias y saludos.