He tenido el placer de leer bastantes diálogos de
Platón. He tenido el gusto de leer bastante sobre Platón y sobre su obra. He podido
comprobar que existen muchas obras a favor del pensamiento de Platón. Y también
he podido comprobar que existen muchas otras en contra del pensamiento de
Platón desde dos puntos de vista: respecto a lo que dejó en herencia y ha
influenciado la vida humana desde su desaparición hasta hoy mismo; y respecto
de lo que él erradicó con su pensamiento, todo el legado previo a su obra.
Tengo mi propia versión de lo que su obra aportó, que
escribí hace años y con la que continúo estando de acuerdo:
Platón es el
gran maestro del espíritu y el pensamiento, quien me descubrió que la literatura
y la filosofía podían ir de la mano y que un texto bien escrito, que pretende y
consigue ser comunicativo, no es universal sino que crea la universalidad.
Pero todo esto que expongo no es el centro de lo que
quiero desarrollar aquí, aunque sirva de introducción, y más si recordamos que
se considera a Platón el padre de la filosofía a pesar de que él, en un
perfecto giro de su inteligencia comunicadora, solo se muestre como el hijo de
la filosofía de Sócrates, el que la puso por escrito (en la mayor parte de sus
diálogos el protagonista es Sócrates), convirtiendo su pensamiento en la
expresión del pensamiento de su maestro.
Y ese juego entre maestro que no escribe por decisión
propia (como exponente de su propio pensamiento dialogante en directo, diálogo
a partir del cual el interpelado por Sócrates llegará al conocimiento verdadero
gracias a las preguntas de quien no quiere denominarse maestro y que decía,
según Platón, ejercer de partera, como su madre, para facilitar el “dar a luz”
ideas verdaderas por parte del interpelado). Ese juego, decía, entre maestro y
discípulo, que es la obra de Platón, ya forma parte del tema que aquí pretendo
tratar y que, como en el trabajo de la partera, empieza a salir a la luz por sí
mismo en esta larga introducción.
Estamos acostumbrados a hablar sin pensar demasiado de
la filosofía de tal o cual autor, o de la filosofía de un grupo social o
político, o incluso de la filosofía particular de cada uno de nosotros. Es una
forma de expresión válida porque centra algunos enfoques interesantes respecto
a momentos históricos, comportamientos y pensamientos tanto individuales como
sociales, pero es una manera de expresarse que se aleja del origen etimológico
de la propia palabra griega: amor a la sabiduría.
Sí, claro, se puede opinar que hay distintas formas de
amar y que esa posibilidad avalaría la utilización del término filosofía en el
sentido apuntado más arriba, pero parece poco natural que ese sea el fin
buscado cuando se hace referencia al amor y a la sabiduría.
El amor es el sentimiento fundacional (basado en la
pulsión más extraordinaria y aguda de los humanos, la sexualidad) de todo el
entramado de relaciones que han convertido a los humanos, precisamente, en la
especie más apabullantemente arrolladora y desconcertante de las que pueblan la
Tierra.
La sabiduría es el horizonte al que nunca se llega
pero al que apunta el conocimiento, la inevitable acumulación de datos y las
relaciones que poseen o podrían poseer entre sí, por el que todos pasamos,
pertenezcamos al lugar y cultura al que pertenezcamos, desde el nacimiento
hasta, cuanto menos, la madurez.
Platón mismo, su obra, la herencia de Sócrates (y tras
ellos todos los filósofos que han existido hasta hoy), enseña indirectamente que
el amor a la sabiduría, que la filosofía, no está del lado de estar de acuerdo
con su enfoque, con sus conclusiones políticas o educativas, con su manera de
enfrentar el mundo y con su reconocimiento o no de que pensamiento y acción son
una y la misma actividad, sino que está del lado de que el amor a la sabiduría,
incluso a un acercamiento a la sabiduría que partiera de un conocimiento de
enfoque antiplatónico, es una actividad tan propia y genuinamente humana como
la que más, y creo yo que hasta el punto de que solo es comparable con ella la
actividad poética, entendiendo como tal un enfoque metafórico y simbólico que
solo poseemos los humanos gracias al lenguaje, aunque sus manifestaciones
puedan aparecer en otros ámbitos que el de la palabra, como ocurre con el arte
en general.
Filosofamos cuando reconocemos que nuestro punto de
vista no es más que uno más de los existentes y de los posibles, cuando no
damos nada por supuesto o cerrado aunque seamos capaces de defenderlo y
desarrollarlo como si no hubiera otra posibilidad.
Filosofamos cuando inventamos posibilidades
estructuradas de convivencia y somos capaces de aceptar que solo se completan
con carne y sangre humanas, con pasiones humanas, con las limitadas e
inventivas prácticas humanas.
Filosofamos cuando lo evidente no nos basta y entramos
en el camino de la búsqueda aun sabiendo que, como ocurre con la sabiduría,
nunca se alcanza su final, simplemente vamos dejando caminos abiertos para que
los filósofos que nos sigan sean capaces de continuar avanzando más allá de
ellos o, incluso, de borrarlos como bifurcaciones, innecesarias como todas, a
las que lo único que no se les puede arrebatar es su capacidad de crear el mapa
del mundo humano, el mapa a través del cual se accede al conocimiento de que
estamos bordeados de límites pero somos capaces de modificar su forma
permanentemente.
Filosofemos.
La fotografía sintetiza todo lo expresado en el ensayo. ¡Magnífico!
ResponderEliminarFilosofar es buscar la verdad aunque esta sea inabarcable, es abrir puertas y ventanas y dejarse llevar por una luz blanca. Como tu dices : filosofemos.
ResponderEliminarUn saludo Alfonso
Rita María, me encanta que valores la relación entre la fotografía y el texto. Hice la fotografía en Praga y me parecieron especialemnte llamativos esos parquímetros humanizados.
ResponderEliminarGracias y saludos.
Aurora, tu definición no solo es acertada sino que es además hermosa. Un placer.
ResponderEliminarGraacias y saludos.
Si el mundo no fuera tan '¿estúpido?' no necesitaríamos filosofar tanto. Pero así, se convierte en imprescindible. Somos unos 'mandaos' y tu lo concluyes: "Filosofemos".
ResponderEliminarUn abrazo.
Blas, algunos "mandaos" vamos filosofando entre estupideces. Y la vida sigue.
ResponderEliminarGracias y saludos.
Pues yo he decidido "no filosofar". Solo aspiro a convertirme en esponja y fundirme a la BELLEZA.
ResponderEliminarGracias y saludos
Igoa, creo que tu extraordinaria opción también puede entrar en el campo del filosofar.
ResponderEliminarGracias y saludos.
Filososfeamos cuando abrimos mente y corazón cerrando la puerta a los prejuicios que envuelve la sin~razón de nuestro tiempo.
ResponderEliminarA veces, hasta lo logramos.
Abraz✴
Así es, Athenea, abrir mente y corazón es la principal tarea del crecer en la vida, algo que parece olvidarse la mayor parte del tiempo.
ResponderEliminarGracias y saludos.