En una ocasión festiva, la del cambio de año, las
celebraciones que supongo tienen que ver con el hecho de seguir vivos y con las
posibilidades que eso comporta, me aportaron un regalo doble que llevo
disfrutando desde entonces y sobre el que me gustaría escribir lo mejor que
pueda y sepa para estar a la altura de quien me lo hizo y de lo que el propio
regalo significa.
Dos autores, Shakespeare y Chejov, cumbres de la
literatura y el teatro en sus respectivas lenguas, son los padres originales de
las obras que se ocultaban tras el generoso regalo: Sueño de una noche de
verano y Eugenio Oneguin. Pero el regalo, la creatividad humana y la genialidad
de algunos autores regala, a su vez, algo que no supera, aunque sí transforma
sin mermarlas, las obras a las que me refiero.
Los autores últimos de lo que me fue regalado son
Benjamin Britten y Piotr Ilich Chaikovski, ellos son quienes pusieron en música
esas obras geniales sin restarles nada de su maravilla originaria sino
trasmutando las convenciones artísticas de su momento, posteriores a las de las
creaciones originales, en obras de una personalidad, una claridad y una
capacidad de comunicación con el oyente como solo los grandes creadores pueden
llegar a conseguir.
Britten es capaz de sugerir con su música libre y
feliz que la obra shakespeareana plantea que el mundo mágico en el que se
mueven sus protagonistas es más real que el mundo de lo real. Su versión está
llena de añagazas musicales, como lo está la original de teatrales, y la voz
del duende Puck, que recita cantando, nos sugiere todo ello y nos recuerda que
el gran autor musical puso toda su sabiduría en servir a la obra teatral, no en
servirse de ella, en ofrecernos la esencia de lo que recreó Shakespeare en un
lenguaje musical del siglo XX no atenazado por ningún dogmatismo.
Chaikovski fracasó para sus contemporáneos con la
adaptación operística de la gran obra de Chejov. Menos mal que el tiempo pasa y
los espectadores posteriores hemos sabido gozar y apreciar la sobria
musicalidad y el portento músico teatral que él pone en pie sin restar el
enorme interés de la pieza de Chejov y regalando todo su contenido eterno en lo
referente al paso del tiempo, las elecciones de la juventud y el significado
del amor y la fidelidad.
En las dos obras nos tropezamos agradablemente con
momentos alegres y dramáticos, con el fluir de la vida en el campo, con los
intereses, deseos y reveses de la vida en sociedad y del amor. Nada puede ser
más distante que una Rusia del siglo XVIII y una Grecia a la inglesa
y mítica recreada en el XVI, pero la gran música de unos autores con
sensibilidades casi sobrehumanas permite que se encuentren entre ellas lazos de
unión. Los lazos de la certeza de la creatividad, de la comunicación con el
público sin halagos fáciles, los de la exigencia de un trabajo musical
fructífero y necesario para el oyente que no tiene alternativa más que la
entrega a lo que la música y la palabra, bella y seductoramente, nos ofrecen y
dejan en el aire para que podamos aferrarnos, incluso tras su escucha, a la
armonía que parece haber perfumado el aire que nos alimenta.
Bienvenido sea el regalo del arte y la felicidad de
poder disfrutarlo aún a riesgo de no saber definir qué sea regalo, felicidad ni
arte. El disfrute no es un concepto, el arte es metáfora de tacto indeleble, el
regalo convierte en palpable el amor, la música es la mejor exposición de la
felicidad.
Excelente artículo...
ResponderEliminarUn gran saludo
Mark de Zabaleta
Mark, me alegra que te haya parecido interesante.
ResponderEliminarGracias y saludos.
Sabes,
ResponderEliminarSiempre he creído que los regalos son eso que nosotros sentimos nuestro hasta el punto de abrazar la sutileza y el ingenio...
Porque en verdad regalo no es lo que vemos o tocamos sino lo que sentimos cuando despertamos& despierta en nosotros ese sentimiento de agradecimiento aderezado por cada gramo de luz en pinceladas de encanto ....
Cuando es desencanto no es regalo.
Un abrazo de luz a luz, no es regalo. :)
Ah, Athenea, regalo es una de esas palabras que se inventaron para explicar que la vida puede ser una celebración, un participar unos en otros con lo mejor que podemos llegar a ser.
ResponderEliminarGracias y saludos.
Mi oído no llega ni de lejos a entender nada de música, pero lo que dices genera sentimientos que si que comparto. Será porque lo que me falta de oreja me sobra de pié y ritmo. El caso es que comparto esos fines de fiesta y celebraciones con la actividad, para mi imprescindible, del baile. Para mi como el respirar vamos.
ResponderEliminarContundentes tus aseveraciones finales, Trans. Pero todo relativo, amigo, todo relativo, aunque ya siento que "esos regalos de amor" te pusieron optimista e inspirado.
ResponderEliminarGracias por hacerme recordar mi autoregalo en Londres: la asistencia en The Globe de "El Mercader de Venecia".
Saludos
La musica pone en movimiento los sentimientos, los pone a bailar, dandoles luz, brillo y color. Donde hay musica se suceden lad palabras y la comunicacion se entrega.
ResponderEliminarUn saludo Alfonso
El arte en si es un regalo cuando te despierta sentimientos. La música es un bien preciado que va acompañando tu vida y en en algún punto lo marca con su banda sonora.
ResponderEliminarMe gustó tu articulo.
un abrazo
Carlos, es un placer compartir sentimientos a través del oído o del baile que hacen que respiremos mejos en todos los sentidos.
ResponderEliminarGracias y saludos.
Bueno, Igoa, relativizar es siempre necesario, pero sin absolutos no habría relativos.
ResponderEliminarUn gran recuerdo aquel del shakespeariano The Globe.
Gracias y saludos.
Sí, Sabores..., es importante lo que dices. Dejarse acompañar por la música es vivir la vida más intensamente.
ResponderEliminarGracias y saludos.
Aurora, bien apelas a la luz, el brillo y el color que nos aporta la música y hace que la vida sea mejor y más completa.
ResponderEliminarGracias y saludos.