Una bella historia es una rosa robada del jardín de la muerte. Vivir es recibir esa rosa de palabras de alguien amado.
Gustavo Martín Garzo
La alegría no es una sensación que vaya asociada con facilidad a la literatura, cosa que sí ocurre con el humor. El humor, como el drama, es vehículo de expresión y puerta de la cercanía con el lector además de vehículo para mantener la necesaria distancia, la justa, con los hechos y personajes que se narran; humor y dramatismo conceden un espacio al lector en el que habitar mientras lee. Pero la alegría es sensación vital que parece alejada de la palabra, de su puro nombrar, describir y narrar. A pesar de ello hay obras, pocas, que dejan un poso de alegría en quien penetra en ellas. Y así son, o así terminan siendo, después de degustarlas, las obras de Gustavo Martín Garzo.
La alegría de sus obras me lleva acompañando muchos años. Esa alegría nada tiene que ver con el humor ni con el drama ni con la nadería de lo vacuo, no, es la alegría de la vida en todo su abanico de terribilidad cumplida y anhelo incumplido mas lleno de fortaleza. Una alegría que se ha visto renovada en su última obra publicada: No hay amor en la muerte. Una obra tan sorprendente como poética, tan plena como novedosa, tan llena de historia como de mito, tan construida como fluida, tan cercana como universal.
La historia que se cuenta, que se recrea, es tan sobradamente conocida como lo es el bíblico sacrificio de Isaac. La forma, lo que se lee como vida, a quién se cuentan los hechos y sensaciones, la manera en que se narra, todo en ese poema/novela es nuevo y extraordinariamente vívido transformado en palabras que atrapan y trenzan los hilos de la sensación de quien lee. Una experiencia poética y narrativa cuyo poso habita en el lector para siempre. Formas del amor hechas palabra que confieren al mundo una peculiaridad humana que da alas a quien considere el deseo de la vida como el corazón del transcurrir, del recordar, del actuar y saber que nuestros pasos pueden dar forma a la superficie del mundo hasta convertirla en espejo de maravilla y acicate de una pasión sin aristas que pudiera herir nuestros pies descalzos y ensangrentar los pasos de los otros.
El amor y la muerte tal como nos son entregados, con toda su grandeza y terribilidad cotidiana, con el detalle de querer apurar sus ofrecimientos y con el realismo de la huida que parecen ofrecer, se nos aparecen en este conjunto de sencillas palabras ordenadas de una forma única como brotes de la autenticidad de lo humano, de algo hondo y sin pretensiones que poseemos y nos posee con el fin aparente de que la vida tenga un sentido abierto y magníficamente cotidiano.
Como estoy tan alejado de la alegría en la prosa, me sorprende que exista. Que existe, claro.
ResponderEliminarUn abrazo, 'tras....'.
Si, amigo Blas, es estupendo encontrar un autor que transmite alegria sin ser vacio.
EliminarGracias y saludos.
Coño, esto es todo un descubrimiento. Yo daría cualquier cosa por un soplo de alegría de verdad, no de eso que la gente pone cuando hace un selfi que es tan falso como el supuesto momento de risa boba. Otro libro para leer. Gracias
ResponderEliminarSi, amigo Carlos, una obra para disfrutar y alegrarse con la vida.
EliminarMuchas gracias.