Ir al contenido principal

SOMOS RELATO



Nuestra única verdad, la de cada uno de nosotros, esa que encontramos cuando dirigimos nuestra mirada ciega hacia el interior de nosotros mismos, es que estamos, no somos. Y nuestra alma en construcción se queja de esa verdad aunque no podamos hacer nada por ella, por el alma en crecimiento, salvo, por supuesto, ofrecerle nuestro relato.

El único ser que somos mientras estamos es el relato propio, el que nos contamos a nosotros mismos a medida que olvidamos lo sucedido en cada poro de nuestra piel durante cada momento de lo vivido. Somos en el imaginado relato que, mientras estamos, narra las aventuras vividas por otro con nuestro nombre.

No queremos saber que no podremos poner la palabra fin cuando el relato termine, aunque podamos imaginar una serie de finales que adornan, sin dilucidarlas, las aventuras y desventuras que componen el relato que no podemos narrar a nadie, que solo es escuchado por la voz incierta que nos habita y que parece jugar con nuestra presencia fantasmal, la que los otros nos devuelven en su forma palpable y extraña a nosotros mismos.

Qué momentos aquellos en que atisbamos el relato de alguien con quien caminamos, momentos que superan toda emoción, que componen polípticos que superan cualquier construcción, que nos dan a conocer la materia impalpable que tenemos en común y que se disgrega en el aire como música que, acabada de nacer, se olvida. En esos encuentros, que solo la poesía en sus múltiples formas es capaz de revelar, quizá se pueda desvelar el misterio de nuestra consciencia, la que compartimos unos con otros y la que somos incapaces de comunicar; encuentros llenos de energía, como agujeros negros que atraen y expulsan la esencia del universo finito aunque inabarcable.

Estas palabras solo pretenden ser una celebración de todo aquello a lo que no podemos dar nombre, aunque podamos entrar en ello gracias a la soledad compartida que todos tenemos en común y de la que huimos, enlazadas nuestras manos, como anhelo del abrazo que el deseo nos propone y la muerte arrebata.

Comentarios

Entradas populares de este blog

CAMINO DEL FIN DEL MUNDO

Camino del desierto marroquí, desde Marrakech, uno espera encontrar cómo el paisaje se va volviendo más seco, más inhabitable, menos verde, más duro. Pero viajar consiste en asumir sorpresas constantes y, una vez más, ese camino no es lo que uno espera aunque sí algo que quizá hubiera deseado. La tremenda presencia de los cercanos montes del Atlas alimentan caudalosos ríos que dan vida a múltiples valles y poblaciones llenos de bullicio y actividad humana que, desde hace milenios, han convertido aquella región en un lugar que transforma la dureza en vida. El camino hacia lo que uno pensaba que sería la nada es un todo atractivo, único, pleno e inolvidable.

MELANCOLÍA

Uno ha disfrutado y estudiado en imágenes las obras de la Antigua Grecia antes de verlas en directo, y esa es una experiencia que le reserva algunas sorpresas, entre ellas aparece la representación de sensaciones que no esperaba, unas más comprensibles que otras, y una de las más comprensibles e inesperadas es la representación de la melancolía en una faceta serena que sorprende y atrae mucho al contemplador que intenta vivir aquellas obras como si fueran algo suyo. Clasicismo, democracia, filosofía, convivencia, origen, ciencia, historia… son algunas de las palabras que con toda naturalidad se aparecen en la mente de quien recrea la Grecia Antigua, pero melancolía… No, no es lo que uno espera aplicar a aquella cultura desaparecida aunque muy viva hoy en los entresijos de los orígenes de nuestro estar en el mundo. Pero, claro, cuando se califica una civilización desaparecida se olvida fácilmente que, en ella, como en todas las civilizaciones y culturas, como en cualquier tiempo

EL COLOR

Los que tenemos la fortuna de ver somos alcanzados por forma y color de una forma inseparable, pero el color tiene una potencia que la forma, con su delimitación aparente,  no llega a disuadir. El color parece apuntar a unas capacidades más allá de la supervivencia, esas capacidades que un día se llamaron espirituales y que hoy se podrían denominar más humanas que económicas. El color no describe, no limita, alimenta la parte que es pura visión, quiere a la sensibilidad y es capaz de negar el tacto. El blanco, la luz pura, es la suma de todos los colores. El negro, la negación de la luz, también lo es. ¿Quién puede desentrañar esa enigmática paradoja? Cada color, cada reflejo del sol o la luna en el agua, cada brillo de la piel del amado o de la amada, cada hoja viva o muerta, cada mancha del animal, cada despertar con su apertura del párpado a la luz, cada molécula visible brillando en las diferentes horas del día o de la noche... Cada partícula de color desentraña la paradoja