Eso dice un experto, y yo digo “el cerebro se emociona aprendiendo”. Al menos esa es mi experiencia desde niño, aun a pesar de la pesadilla de las clases memorísticas y dictatoriales con las que comencé a aprender en el colegio. Allí mi curiosidad tuvo alimento, aunque no estuviera muy bien aderezado, y aumentó su espesor que, desde entonces, nunca ha dejado de crecer.
Hoy la curiosidad y yo somos lo mismo, ella ha perdido su calidad de concepto, yo he disminuido la pasión por su empuje. Una simbiosis que vivo con alegría y que ilumina el camino que conduce a mi final. Sigo inventando las respuestas a las preguntas que la curiosidad me proporciona, y continúo preguntando al camino por dónde me conducirá.
Solo quiero añadir a mis vivencias el deseo de que otros, como yo,
puedan emocionarse aprendiendo para que el camino del error que todos
recorremos sea llevadero, ameno y punteado con el contento de
enfrentarse a lo desconocido y aparentemente desvelado, con la
experiencia de la alegría del reconocimiento en el no saber y del
conocimiento inalcanzable que hace camino y horizonte vital, más acá y
más allá de la muerte ineludible.
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