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EL LIBRO DE LAS EMOCIONES (34)


 

 

TRIGÉSIMO TERCERA EMOCIÓN


                                        EL JARDÍN PROHIBIDO EN EL COLEGIO
 
 
Las hojas de la morera no tenían gusanos. La morera estaba prohibida. Los gusanos necesitaban sus hojas. Los niños se las ingeniaban, los gusanos no. Los vigilantes siempre vigilaban. Los niños lo conseguían. Los vigilantes lo sabían. La morera parecía querer asomarse a nuestro mundo. Parecía huir con sus ramas del encierro. Durante unos años siempre me fijaba en la morera, En mi casa no había plantas. Cuando iba a cruzar el campo de fútbol que yo no frecuentaba para jugar a las canicas. Cuando iba a hacer pis a los baños que, elevados, se situaban detrás de una de las porterías del gran campo de fútbol, con su arena parda. Cuando charlaba con mis amigos en “los setos”.
 
 
Los setos, enrejados, eran el símbolo de la palabra, de los secretos contados en voz baja, de los cotilleos masculinos. Los setos eran lo prohibido y lo anhelado. Eran setos sexuales tras las rejas de los tabúes, de las costumbres que parecían ancestrales y no lo eran. De la represión que sufrían los hombres allí encerrados, gozadores de una libertad constreñida que se reflejaba en nuestros rostros, en nuestras actitudes castigadas antes de que fueran hechos.
 
 
El gusano tiene fauces, Las hojas desaparecen en ellas. En las fauces de los gusanos de otros. Yo no tenía gusanos, no tenía moreras. Yo veía fauces. El blanco del cuerpo de los gusanos me parecía gelatinoso, impuro. Sus fauces eran negras y hacían desaparecer las hojas. El milagro del capullo de los gusanos de otros me calmaba. Yo quería gusanos. Yo temía gusanos. Veo la caja de zapatos blanca y vieja abrirse un poco. No puedo reconocer la mano que lo hace con mucha prevención. Aparece la selva de hojas de morera cubierta de gusanos y capullos en formación. En ella viví un tiempo. Hoy no sé si fueron meses o años. Sé que hoy hay blancura en el recuerdo, Hay un verdor profundo que me parece comestible. Soy un gusano. No me dan miedo mis fauces. Tengo mi tarea, la de hoy: comer, y la de mañana; hilar.
 
 
¿Qué será de mí cuando nazca, cuando ya no sea yo? No puedo evitar dejar de ser gusano, por eso como, por eso hilo y no quiero dejar de ser yo. La caja se cierra. No necesito luz. La mirada del niño que un día será el que narra me ha dado fuerzas. Ahora puedo seguir mi tarea con menos ansiedad. Seré insecto sin deseo, si me lo permiten, seré lo que desconozco, lo que intuyo, no lo que dice la zoología sobre mí.

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