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EL LIBRO DE LAS EMOCIONES (52)

                                                


 

                                         QUINCUAGÉSIMO PRIMERA EMOCIÓN 



En estas circunstancias puedo recrear en mi cabeza mi mayor ensoñación, la que se corresponde con lo más imposible, aunque no sepa su causa: hacer el amor hablando, no con esas pocas frases que penden de la excitación, sino con frases que penden de la poesía, de la realización poética en la pasión.
 
 
Regálale tu piel a mi boca.
 
 
Canta con el gemido de la armonía.
 
 
Quiero desearte como si fueras de otra especie.
 
 
Me uno a ti sin que el pensamiento termine.
 
 
Me deshago como si fuera la corola de una flor seca... 
 
 
¿Y qué es hoy la comida? Una necesidad, un recuerdo de sabores del pasado que a veces recreo cuando encuentro algunos ingredientes que puedan ser compatibles y un fuego donde combinarlos… Anhelo de anhelos, quizá. Un mundo por recordar que hoy hay que inventar.
 
 
Si yo fuera mi compañía, o la de cualquier otro, todo sería más fácil, aunque el peso del recuerdo no me dejara tranquilo. Estoy seguro de que “ellos” no se cansan, no les duelen los pies, no tienen hambre ni sed. ¿Es eso ser alguien? No, claro, ese es mi gran consuelo, que mi compañía no es nadie, aunque su presencia me pese como alguien de quien es necesario ocuparse pero que supera las fuerzas necesarias para hacerlo.

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