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EL LIBRO DE LAS EMOCIONES (60)


 

 

QUINCUAGÉSIMO NOVENA EMOCIÓN


En aquella otra vida hoy tan lejana, aunque tan cercana en el tiempo, conocí muchos y variados lugares. Barrios, bares, monumentos, bosques, casas, montañas, museos, tiendas, puentes, rocas, jardines... Nunca llegué a saber distinguir entre todos esos tipos de lugares y los lugares en los que se ubican. ¿Me encontraba en un momento dado sobre un puente o sobre el río que lo cruza? ¿Estaba situado en otro momento en el interior de un bosque o sobre un monte cubierto por árboles? Casi seguro que no hay una respuesta clara a la pregunta sobre qué es lo que solemos denominar lugar.
 
 
Cuando uno viaja tiene la sensación de visitar lugares y lugares dentro de lugares. Un barrio de una ciudad podría ser buen ejemplo de lo que digo. Pero de los lugares que uno va conociendo en los viajes hay algunos que tienen una categoría especial, ¿o se le podrá aplicar esa categoría a todos y cada uno de ellos? Tengo la sensación de que, contemplados en el recuerdo, los lugares que he visitado a lo largo de mi vida son más bien lugares viajados. ¿Cómo explicar(me)lo?
 
 
Los lugares visitados no implican al visitante, son como viejas tías que conoces desde la infancia y que no fueron, ni son, capaces de derramar el amor que un niño siempre es capaz de reconocer y no sabe definir.
Los lugares viajados nos implican emocionalmente y seducen reflexivamente, como esos viejos amigos de los padres que se inmiscuyen benéficamente en la vida del niño como si fueran parte de ellos mismos, y que dejan un recuerdo ferozmente estimulante para toda la vida.
 
 
Son lugares que se hacen nuestros como si nos quisieran y como si nosotros fuéramos capaces de amarlos para siempre y apreciar eternamente su existencia en nuestro transcurrir lejos o cerca de ellos y de sus transformaciones.
 
 
Pequeños o grandes, brillantes o simples, duraderos en el tiempo o escasos en su duración, se perfilan en un horizonte hacia atrás que nos acoge como si formaran parte de piel y vísceras indispensables para la vida, para la nuestra. Recordarlos ensancha, precisamente, la vida.
 
 
Son inolvidables e intransferibles aunque se compartan con muchos otros, como uno mismo, que los han saboreado y hecho tan cercanos como la tierra que un día con los pies desnudos tenemos la fortuna de pisar y sentir en su palpitación insonora y rotunda.

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