Cuando uno pasea por
Barcelona dispuesto a que su intensidad pasada y presente penetre por los poros
como lo hace con naturalidad la humedad marina que impregna su aire, se puede
sentir cómo lo humano es un complejo sistema de intereses, luchas,
supervivencia y disfrute cuyo resultado no es otro que el cambio permanente y
el intercambio de lo que cada uno de los humanos portamos de ese presente
cargado de pasado que somos cada uno de nosotros.
En dos días se pueden
vivir mil vidas (y no puedo evitar recordar que también se pueden vivir mil
muertes, como en el caso de Nepal). Yo, por suerte, y gracias a increíbles
amigos y a la ciudad de las maravillas, he vivido la intensidad de mil vidas.
Y antes y después del
cálido encuentro con los amigos, uno continúa con su inveterada costumbre de
pasear la ciudad, sus barrios, de contemplar sus apuestas arquitectónicas
únicas, de admirar una vida urbana y mediterránea que tiene el dulce y picante
sabor de la recreación continua.
Pero hay lugares que
uno no pisa, no por falta de tiempo sino porque aún es capaz de mantener una
elección y una fidelidad a unos principios que no sabe si tienen algún
significado, pero que uno mantiene por pura continuidad y empeño en que la
corriente economicista dominante no abarque la absoluta totalidad de lo real.
Uno de esos lugares que uno se niega a pisar es el irreverente espacio en
construcción llamado Sagrada Familia. Irreverente no por cuestiones religiosas
sino puramente arquitectónicas y estéticas. No es que yo piense que haya que
reverenciar a Gaudí, a su obra, pero por lo menos hay que reconocer que es una
obra tan alternativa y única que exige que se la admire y se la respete por su
grandeza, versatilidad, libertad de expresión y apertura a lo posible.
Puede que los hacedores
del bodrio arquitectónico en que se está convirtiendo la gran obra de la vida
del arquitecto y persona inclasificable que fue Gaudí, se declaren admiradores
del mismo, pero lo que es incuestionable es que no lo respetan. A poco que se
conozca el proyecto en marcha que dejó sin acabar el proteico arquitecto debido
al desgraciado accidente que le arrebató la vida, se puede constatar que no
tiene nada en común con la obra que se está realizando. Ya la fachada,
terminada hace pocos años, que acompaña su contraria original es todo un
manifiesto de desorden antigaudiano y de remedo de lo que ya nunca podrá ser.
Pero eso es solo el portal de lo que queda por sufrir en el interior: el bosque
petrificado que proyectó Gaudí en un alarde de inspiración gótica traspasado
por un misticismo contemporáneo tan suyo y un modernismo reinventado, ha sido
convertido en una sucesión de vigas putrefactas en su simplicidad que sostienen
un entramado geométrico que no llega a ser ni puramente funcional, y ni
siquiera cercano a la estrechez estética de un centro comercial.
¿Qué ocurrirá cuando se
termine el cimborrio, que se convertirá en el punto culminante de las alturas
edificatorias de la Ciudad Condal? No quiero imaginarlo. Cuando eso ocurra y yo
tenga la oportunidad de volver a pasear por la atractiva Barcelona con la
presencia constante del monstruo corrompido que imagino culminará la
desgraciada iglesia, me veré obligado a llevar conmigo una fotografía de la
extraordinaria cubierta de la Casa Batlló, con el fin de recordar que se puede
construir un monstruo bello, atractivo, sugerente, y que nunca se debió
convertir un gran proyecto arquitectónico, como fue el de la Sagrada Familia,
en un monstruo cuya fealdad y falta de fidelidad al arte de su hacedor supera
todo lo imaginable.
Gaudí, gracias por
construir la imaginación y perdónalos por no poner ni pizca de imaginación en
el intento de recrear o continuar tu legado único.
Tras: así es...creo que desde que Gaudí asumió el proyecto de la sagrada Familia (1883-1926)...han pasado 5 generaciones de arquitectos y no sé cómo quedará al final...pero bastante más alejada del proyecto de Gaudí. Un feliz fin de semana.
ResponderEliminarSí, Agueda, ha transcurrido demasiado tiempo y parece que no ha habido genio suficiente para igualar o emular el de Gaudí en su gran obra inacabada.
ResponderEliminarGracias y saludos.
Lo has sabido decir muy bien.
ResponderEliminarMe desconcertó mucho cuando la visité, me dejo fría, como si fuera un edificio sin alma, supongo que, como cuando algo ha perdido su espontaneidad y su pureza. Y me encanta Barcelona...
Un beso.
Sí, Estrella, a mi también me encanta Barcelona, pero ese monumento (o lo que pretenda ser) ahora es la esencia de la frialdad y la falta de un horizonte reconocible.
ResponderEliminarGracias y saludos.
Supongo que algo acorde a nuestros tiempos.
ResponderEliminarDar continuidad sin más, perdiendose entre las líneas que dibujan y des~dibujan los intereses.
Hay cosas que mueren con uno, quizás el mejor tributo es dejar algo tal y como está antes de faltar a su esencia natural.... Quizás aparezca quien sepa er más allá de la simple continuidad... O quizás no.
Pero , ¿ por qué ese afán de colgar el cartel de concluido a toda costa & a cualquier "precio" ?
Ese precio en el que todo vale lo que cuesta.
Mi abraz✴
Todo muy alejado, seguro, de lo que la gran imaginación de Gaudí generó.
ResponderEliminar¿Piedras de mis 'amores'?.
Un abrazo, 'tras...'.
Athenea, sí, nuestros tiempos es lo que tienen, que pueden mezclar lo mejor con lo peor sin ningún aparato crítico.
ResponderEliminarEl precio nos está matando. Provoca que se olvide el valor.
Gracias y saludos.
Blas, sé que tu sensibilidad te aleja de las piedras, pero también sé que sabes apreciarlas cuando contienen algo más que esa cosa propagandística y turística en la que nos pretenden meter a todos.
ResponderEliminarGracias y saludos.