Ir al contenido principal

¿CRECE LA INSENSIBILIDAD?




Lo sensible humano se podría definir como la relación que tiene nuestra realidad con el mundo, con los demás seres vivos, con los de nuestra especie, con las realidades pretendidamente inanimadas, con el aire que nos mantiene vivos, la tierra que nos sustenta y el agua que nos alimenta. Hasta aquí lo sensible se revela como una categoría que tenemos en común con el resto de seres vivos. Pero en nuestro caso, el humano, parece haber además algo especial, nuestra mente, esa materia que es capaz, a través del lenguaje, de dar forma a cualquier realidad posible hasta el punto de reinventarla o aparentar que es capaz de crear nuevas realidades.
Transformamos lo sensible en sensibilidad gracias a nuestra mente, a la capacidad de simbolización que el lenguaje y la escritura nos ofrecen, y a esa incesante capacidad constructiva (y destructiva) que poseemos y que ha cambiado la faz de la Tierra.
Y la sensibilidad, anclada en lo sensible, se desarrolla en nuestra mente sin dar la espalda al mundo del que formamos parte. De esa manera muchos humanos individuales, y los grupos que han formado juntos, han creado y recreado lugares, compasiones, respetos, inventos y actitudes tan variados como positivos para el continuo crecimiento y cambio de formas de nuestra especie.
Llegados al punto de evolución actual, tras miles de años de historia humana, no hemos mejorado muchas de nuestras características básicas (podemos ser, y somos, destructivos y abusivos), pero sí hemos modificado, probado e inventado muchas formas de vida que han generado nuevas sensibilidades, y algunas sensibilidades que han dado forma a la vida.
Hoy existe algo que nos define y que es la gran novedad que aportamos a nuestra existencia en el mundo: la mundialización de las pequeñas o grandes vidas y sensibilidades de casi todos los grupos humanos que habitamos la Tierra. Pero se levanta en el horizonte un vapor neblinoso y gris que está por definirse y frente al que quizá tengamos que, o nos veamos obligados a, tomar medidas.
La multiplicidad de sensibilidades se está perdiendo, al igual que disminuye el número de lenguas que se hablan, o caen en el olvido buena parte de los enfoques culturales que se han desarrollado en los últimos milenios.
Hasta hace pocas décadas las personas sensibles en muchos lugares del mundo, gentes sin estudios oficiales ni especiales riquezas, todavía eran sensibles, a su vez, a la armonía del aspecto de los pueblos en los que residían y que amaban. Hoy pocos humanos parecen percatarse de la infamante igualación de los nuevos barrios y ciudades construidos en cualquier parte del mundo a partir de la Segunda Guerra Mundial. La mayor parte de los humanos parece haber perdido la sensibilidad respecto a todo lo que no se refiera a cuestiones puramente técnicas, respecto a todo lo que atañe a las formas y apariencias de vida en las que estamos inmersos.
Los humanos actuales parecemos muy sensibles respecto a todo lo que se refiera a los matices que la tecnología proporciona para favorecer la ilusión de la elección mientras se olvida u oculta la verdadera libertad, e insensibles respecto al auténtico conocimiento de los, al menos, cientos de millones de personas afectados directamente por la injusticia y la violencia, que se ven obligados a moverse de una forma que ellos nunca habrían deseado para poder desarrollar una vida que pueda ser llamada simplemente digna y que se aleja de las formas de vida de sus orígenes.
La insensibilidad mundial parece ser el colofón de la mundialización que hoy define nuestra presencia en el planeta Tierra. Ser consciente de esa tendencia puede generar nuevas sensibilidades que aporten algo a la continuidad de la vida y a la inclusión de la variedad que nos unifica y que ha permitido la evolución de nuestra especie y del mundo hasta el momento actual.

Comentarios

  1. Sí, lo hace.
    Y cada vez en mundo es más... un gran edificio amurallado de forma individuar en el que , en fondo, aparentamos no saber que vivimos a la intemperie en plena tempestad.

    Un abrazo de luz ✴

    ResponderEliminar
  2. Sí, lo hace.
    Y cada vez en mundo es más... un gran edificio amurallado de forma individuar en el que , en fondo, aparentamos no saber que vivimos a la intemperie en plena tempestad.

    Un abrazo de luz ✴

    ResponderEliminar
  3. Interesante planteamiento, pero no tengo respuesta. Aprecio especialmenta a las personas sensibles, pero no a las sensibleras. Pero sin embargo siento a la vez que la sensibilidad trae mas contratiempos que felicidades a la vida del que tiene esa sensibilidad. Esto llevaría a pensar que decrece, pero...hasta que vengan los cientificos con alguún test que la mida...

    ResponderEliminar
  4. Ay, Athenea, el edificio amurallado que nos deja a la intemperie resulta amenazante.

    Gracias y saludos.

    ResponderEliminar
  5. Sí, Carlos, la senisbilidad parece traer más contratiempos que otra cosa pero, a su vez, intensifica los momentos de felicidad.

    Gracias y saludos.

    ResponderEliminar
  6. Nunca lo sabría explicar como tú, pero mi impresión y mi temor es muy parecido al tuyo. Las personas hemos perdido la sensibilidad de ponernos en el lugar del otro, de abrirle los brazos, de aprender de él y no desconfiar... Hemos perdido la capacidad de comtemplar como se va abriendo una rosa o cómo suena la lluvia al golpear el cristal,..

    Ahora, en este momento de cambio, cuando tanta gente nos necesita a nosotros, es hora de pensar también que nosotros también les necesitamos, aunque solo sea para sentirnos humanos de nuevo. Ya que los gobiernos han perdido toda sensibilidad que no sea deuda, déficit, recortes, seamos la gente de a pie la que exijamos esa sensibilidad.
    Un abrazo

    ResponderEliminar
  7. Efectivamente, Estrella, todos nos necesitamos unos a otros. Olvidarlo es poner en peligro nuestra existencia, y basar todo en números es olvidarlo.

    Gracias y saludos.

    ResponderEliminar
  8. Viviriamos en un mundo sensible si hubiers una buena comunicacion entre humanos y politicos pero esto no es posible en este mundo capitalista de muy ricos y muy pobres.

    Un saludo Alfonso

    ResponderEliminar
  9. No quise decir humanos y politicos si no individuos y politicos

    ResponderEliminar
  10. Sí, Aurora, uno de los problemas es que la sensibilidad y los múmeros tienen poco que ver entre sí.

    Gracias y saludos.

    ResponderEliminar
  11. Si. Sin duda. Muestra: el creciente desprecio a las miserias cercanas, las cotidianas,.... No hablemos, entonces, de las que se muestran lejanas. Ahí, el corazón humano se muestra ciego.
    Un abrazo.

    ResponderEliminar
  12. Blas, es terrible lo que dices, y muy cierto, la información sobre todo lo que ocurre en el mundo parece insensibilizarnos.

    Gracias y saludos.

    ResponderEliminar
  13. Los humanos estamos perdiendo poco a poco esa sensibilidad que nos hacía ponernos en el lugar del otro...un beso

    ResponderEliminar
  14. Sí, Agueda, ponerse en el lugar del otro favorece la supervivencia de nuestra espècie.

    Gracias y saludos.

    ResponderEliminar
  15. Qué buen ensayo, Alfonso, sobre un tema que nos atañe profundamente, máxime en estos días de incertidumbre política que se viven. Yo creo que los urbanitas sí que hemos perdido -o corremos ese riesgo- parte de la sensibilidad con el medio natural, tan alejados estamos de bosques, de ríos, lagos y montañas e incluso del propio vecino que tenemos al lado; pero es cierto que hemos de suponer que hemos ganado sensibilidad al culturizarnos, al ir progresando en libertades. Aún así, no es fácil responder a todo lo que el trabajo tuyo expone con tanta precisión como fe en el futuro del hombre y del planeta. Felicitaciones. Es un gozo leerte, posees una mente clara, abierta, inteligente.... UN abrazo. Teo.

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Entradas populares de este blog

EL OCASO, LA AURORA

  Por muy hermoso que pueda ser un atardecer en Praga, en el Río de la Plata o en el Sahara, el amanecer nos espera como una puerta abierta a cualquier posibilidad que podamos inventar, sirviéndole de alternativa. Su belleza se encuentra en su potencialidad luminosa y en el ofrecimiento que nos hace de seguir caminando, incluso aunque solo sea en círculo. Y nuestro deseo de luz no se produce para que quede iluminado algo que pertenece al pasado, como en la imagen hoy irrepetible, que ha sido aniquilado cumpliendo el afán destructivo que caracteriza hoy las sociedades humanas y que pretende sustituir el afán de renovación que caracteriza nuestros mejores momentos.  ¿Cómo diferenciar la aurora del ocaso? Solo podemos hacerlo gracias a nuestra disposición a vivir o a descansar, a olvidar, a recordar y a renovar la vida en su constante cambio y en su permanencia inestable, la que proporciona esos momentos de felicidad que dan sentido al recorrido circular

COMUNICARSE

Desde que comenzó el año he dedicado parte de mi tiempo a compartir con quien le interese una de mis pasiones, la fotografía, gracias a la existencia de comunidades en la red que permiten hacerlo con personas de cualquier parte del mundo. Está siendo una gran experiencia por lo que supone contemplar lo que produce esa misma pasión en otras personas y lo que sugiere en ellas el producto de la mía. Resultado de esa agradable experiencia es que uno, sin pretenderlo, llega a conocer lo que más gusta a otros de lo que produce. Una curiosa experiencia esta de la comunicación que pone en valor unas fotografías sobre otras y enseña lo que uno es capaz de comunicar aunque no lo pretenda. Dejo aquí algunas de las fotografías que más han gustado y que han hecho que yo aprenda y sepa algo más de lo que somos, queremos, apreciamos y disfrutamos quienes nos decidimos a comunicarnos, en este caso a través de la imagen: Cómo me alegró que esta fotografía, tomada a más de 4300 metros de

EL MAR EN FEMENINO

El mar acepta todo y escupe muchas cosas. En la línea de costa, sobre todo en las playas, se produce el indefinido intercambio entre mar y tierra, entre mundos vitales paralelos que se interpenetran de una forma amable y que parece incluso ordenada. Entre mar y tierra en el Atlántico marroquí pasea la hermosa mujer que se ha separado por un momento de su pareja, como si fuera libre, y parece absorber, cubierta su natural belleza con multitud de telas, el paso del brillo del sol en las aguas atlánticas al brillo del astro en el cielo. En su mirada y en sus delicados andares parece posarse el difuso horizonte marino. Su delicadeza se convierte en pregunta para el fotógrafo viajero. La pregunta habla de su felicidad en libertad y de si es posible ser feliz sin ser libre. Al fotógrafo le gustaría saber si el aparente amor que muestra discretamente hacia el hombre que va con ella no estará demasiado condicionado por lo que simbolizan las telas que la cubren y no permiten aprecia