Hace siglos que se plantea
si lo terrible, el dolor, el sufrimiento, la tristeza, el terror y cualquier
otro hecho o sensación de entre los que se suelen considerar como negativos es
representable plásticamente o, mejor dicho, si debe ser representado o si la
visión directa de lo sangriento y lo éticamente deplorable debería ser evitada,
al menos en lo que al arte ocupa.
Y hace siglos que, en Occidente, se optó por hacerlo y aceptarlo gracias,
sobre todo, al pretendido realismo de algunos artistas y a un enfoque morboso
de la religión por parte de la iglesia católica. Basta pensar en algunas obras
maestras del siglo XVII, como La Muerte de la Virgen, de Caravaggio, o el
Martirio de San Bartolomé, de Ribera, por solo citar dos ejemplos señeros,
aunque no quiero dejar de añadir a Saturno devorando a sus hijos, de un Goya
que empieza a superar la posible dicotomía entre horror y esperanza.
El cine, el arte más reciente de representación y recreación de lo humano,
se ha movido también, desde sus inicios, entre la expresividad de lo sugerido
evitando la visión directa de lo terrible, y la impresionabilidad de lo
mostrado, por muy horrible que sea física o emocionalmente.
Una de las mostraciones más extremas de lo terrible en cine la constituyen el numeroso conjunto de películas que recrean el exterminio sistemático de humanos que efectuó el nazismo durante cinco infaustos años. Quizá con esa insistencia cinematográfica se pretende superar o ignorar la famosa afirmación del filósofo T. W. Adorno: escribir poesía después de Auschwitz es un acto de barbarie.
El Hijo de Saúl, la película que nos ofrece el director húngaro László Nemes,
parece haber asumido todas las referencias y circunstancias que he traído a
colación en las líneas precedentes. Una película sencilla que es capaz de hacer
que la magia del cine nos implique ética y emocionalmente gracias a colocarnos
junto a un personaje que vive desde dentro, perplejo y superado, el horror en
sus manifestaciones más humanas y terriblemente organizadas.
Lo que su director nos ofrece es vivir una realidad, el exterminio en un
campo de concentración, que cualquiera calificaría como imposible por la
extrema crueldad, dureza y frialdad con la que se realiza, y palparlo como real
sin poder digerirlo y sin dejar de intentar que la dignidad asome por
resquicios purulentos que no podríamos imaginar que pudieran existir.
Y gracias a la falta de morbosidad que posee la película queda reivindicada
la poesía como apuesta artística y ética y como apuesta de evolución del propio
cine. Un cine que nos recuerda que los artistas que lo utilizaron para
regalarnos poesía filmada (C. T. Dreyer, R. Bresson o A. Tarkovski, entre
otros) no han muerto. La vía que ellos abrieron y desarrollaron sigue viva,
solo que con la consciencia ahora, la de László
Nemes, de resucitarla y continuarla, de no ceder a la
masificación acrítica y tecnológica de un cine que más que ahondar en las
posibilidades humanas y ponerlas en cuestión parece pretender anularlas y
ocultarlas tras el peso de la masa, un peso muerto y carnal que recuerda a los
montones de cadáveres acumulados en los campos de concentración, en los pozos
de la muerte y la ignominia.
Durante dos horas el espectador camina por el lugar del horror con la
cabeza sobre los hombros del personaje central y con la obsesión de encontrar
la dignidad arrebatada gratuitamente, y soñada continuamente, mientras la
muerte y la gratuidad de su imposición humana invade la mirada y convierte al
espectador en testigo horrorizado y participativo de un aquelarre en el que
ahogar cualquier tentativa de futuro.
Una experiencia duramente estética que apuesta por la poesía que se enraíza
en la búsqueda y la aceptación crítica de la realidad. Una experiencia poética
y visual tan necesaria como gratuita. Un ofrecimiento de vivir la vida e
incluso mejorarla contra tantos vientos y mareas que parecen querer pudrirla.
Nos inmunizan ante los horrores que se viven en el resto del mundo, esta sociedad ha caído en el buenismo, en la negación, o amortiguación, del mal; no es posible ver en sitio alguno, por ejemplo fotografías, de matanzas (a no ser que sean en occidente, y aún así, endulzadas), terror, amputación, pena...incluso el llanto de un niño expulsado de su país por los continuos combates, es censurada y denostada. Acordémonos del pequeño en la playa, inerme, cómo dijeron que ese tipo de fotos no tenían cabida en esta sociedad tan way. Las revistas no venden, los periódicos tampoco si, junto al anuncio de Cartier o Adidas, encontramos una de esas fotos que nos sustraen de la realidad que, los de siempre, han construido para nosotros.
ResponderEliminarMMYYS SYYMM, no es fácil acercarse a la real realidad, que se encuentra entre el buenismo y lo terrible. En cada uno de nosotros existe la posibilidad de no dejarse manipular y de intentar vivir una vida plena, aunque la sociedad que formamos no parece ser capaz de facilitar la vida de todos y cada uno de sus miembros.
ResponderEliminarGracias y saludos.
Con esta crítica, animas a verla. Lo intentaré. De todas las maneras de derrotas, indignidades y horrores están, también, llenos los 'Telediarios'. Pero, no, tendré que verla.
ResponderEliminarUn abrazo, 'Tras....'
Estaba escuchando las noticias de la radio y hablaban de los refugiados,conectaron con una señora que residía en Grecia y que iba a hacer visitas a los niños, a jugar un ratito con ellos.Dijo que había una niña de tres años -tres años- solitaria en un rincón, y que le salían lágrimas constantemente de los ojos pero que no lloraba.¿Cómo cuenta el arte ese sentimiento de esa niña? ¿Cómo cuenta el nuestro al saber de ello? La realidad sobrecoge y el arte nos ha de situar en otra perspectiva para que reflexionemos algo sobre esa realidad.Por eso estoy de acuerdo con lo que dices y la conclusión del párrafo final.
ResponderEliminarMuchas gracias por compartir tus ideas. Saludos.
La verdad es que soy reticente ante estas películas del holocausto –pues me parecen servir más a una maquinaria propagandística que a otra cosa– y hasta ahora la he venido obviado pero, y de una sola tacada, nombras a tres de mis directores de cine más admirados con lo cual tendré que replantearme el asunto. Gracias por compartirlo y saludos.
ResponderEliminarSí, Blas, merece mucho la pena verla y se palpa que los horrores de los telediarios tienen algo de manipulación que la realidad y el arte no comparten.
ResponderEliminarGracias y saludos.
Sí, Celeste, es tremendamente complicado dar cuenta de situaciones extremas del mal como lo que está ocurriendo con los refugiados o tantas otras. Pero hay apuestas poéticas duras, como la de la película, que son capaces de transmitir el mal y cómo nos moldea sin aceptarlo.
ResponderEliminarGracias y saludos.
Estoy contigo, Miguel. Yo también soy reticente a ellas por lo mismo que comentas o porque pueden basarse solo en lo morboso. Pero he citado a esos directores porque esa dura línea poética reaparece en esta extraordinaria película.
ResponderEliminarGracias y saludos.
Huyo de las películas duras donde la gente sufre, porque yo sufro con ellos y bastante triste es la vida como para entristecerla aún más. Sin embargo, fiándome de tu criterio, procuraré verla aunque sé que lo voy a pasar mal.
ResponderEliminarTu última frase es una maravilla aunque, precisamente por esos vientos y mareas, sea difícil llevarla a la práctica.
la realidad es un abanico
ResponderEliminarque a veces no desaira lo que ...debería
Sino que lo deja sujeto a lo que creía-mos
A veces se tapa el sol con un dedo y mientras se mira lo que esconde el sub-suelo.
A veces se abre pandora y se hace el silencio ...
Siempre hay voces que gritan lo opuesto. Metáfora de mundo ¿vivo?
Un abrazo✴
Estrella, te comprendo muy bien, pero también es verdad que hay alternativas en la forma de contar y en lo que se quiere destacar que merecen la pena el esfuerzo, como ocurre en este caso.
ResponderEliminarSeguiremos contra viento y marea, aunque solo sea posible a ratos.
Gracias y saludos.
Athenea, a veces..., a veces... ¿Y siempre hay alternativa? Seguro que sí, si se desea y se tiene la suficiente capacidad creativa.
ResponderEliminarGracias y saludos.
El miedo la mitiga ,
EliminarPorque salirse del estándar
se castiga ...
Muy interesante sin duda pero no voy casi al cine. Dejé de ir cuando dejó de ser cine del que me gusta. Lo malo es que dejar lo que no nos gusta cuando estamos metidos en ello es harto dificil, y nos escapamos por otras vias.
ResponderEliminarDe lo que estoy convencido es de que no hay nada tan absolutamente "malo" ni tan "bueno" como lo cuentan. Todo anda tan mezclado que en todas partes cuecen habas, podría decirse. La vida es la hostia.
Me quedo con tu afirmación final, que no voy a repetir. Pero te encuentro un poco "posmoderno". ¿Todo vale? puede que sí pero los matices aún asoman por entre lo puramente comercial.
ResponderEliminarGracias y saludos.
Me dejas meditando, Alfonso. Y, aunque la tentación de suscribir tu análisis y conclusiones es muy fuerte, siento un inquietante aleteo de matices que me obligan a una cierta prudencia hasta que pueda concretar mis incipientes inquietudes sobre lo que planteas. Gracias por hacerme sentir y pensar. Abrazos.
ResponderEliminarAmigo Francisco, me encanta tu aleteo de matices, y mas en un tema que parece tocar lo mas hondo de lo que somos y podemos ser. Tu prudencia reflexiva abre un campo necesario que te agradezco mucho.
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