Creo que es importante saber si aceptamos la realidad que nos cuentan o fabricamos la realidad que queremos y podemos sufrir y disfrutar.
Necesito hablar de la elección. He dedicado buena parte de mi vida a elegir con la consciencia de que un sí implicaba infinitos noes y un no, inabarcables síes.
La elección existe en sí misma, en su versión múltiple y en su versión binaria, y existe además como elección propiamente dicha, es decir, que elegir la elección es una faceta de la misma que siempre se encuentra en ella, consciente o inconscientemente. A mí me ha perseguido la elección de la elección y creo que me ha proporcionado bastante felicidad y profundas infelicidades, con la inelegibilidad que ello implica.
Todo esto no es otra cosa que el juego de la consciencia. Ser consciente es arduo y vital. Ser inconsciente es también vital, como el agitarse de los pulmones o el tintineo del corazón.
A estas alturas de la vida me gustaría proponer como más completa la consciencia de la inconsciencia y la inconsciencia de la consciencia. No es un juego de palabras sino un juego de balancín en el que no se contrapongan ambas actitudes, en el que se complementen y se dejen estar para que la onda de la vida pueda expandirse apasionada y suavemente, como viento que va cambiando de rumbo en su existencia palpable e invisible.
Quizá los enamoramientos sean los mejores sucesos en los que se puede poner en práctica esta actitud que propongo. Una actitud que deja a la vida vivirse y sirve para que la inutilidad pueda llenarnos de placer y sufrimiento, como parece que es nuestro destino incierto e impositivo, agradablemente inelegible, duramente voluntarioso y escuetamente atractivo.
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