CUADRAGÉSIMO QUINTA EMOCIÓN
LEVES RUPTURAS
Algunas de las grandes novelas fundacionales, comenzando por la primera, La Odisea, y continuando con, por ejemplo, El cuento del Grial y El Ingenioso Hidalgo, sin olvidar lo que tenga de novelístico La Divina Comedia, son viajes y viajes dentro de viajes.
La vida como viaje ya es un tópico de quienes somos herederos de la literatura universal y de sus mitos, una parte de la población cada vez más exigua debido a que la condición actual de postpostmodernidad nos ha alejado como sociedad globalizada de la consciencia de nuestra herencia, aunque esa herencia se mantenga inconscientemente en el transcurrir colectivo y en algunas individualidades.
Mi vida como viaje (los viajes que me dan la vida) está compuesta de la poesía que me precede y hace cambiantes los caminos, de los mitos que colorean los lugares, de la narración del transcurrir que muestra el tiempo como posibilidad cambiante, del sueño como realidad que corrige la propia realidad en la que uno no puede evitar creer aunque sepa que no es más que una construcción inventada en la que habitar mientras la muerte sueña con otras vidas que no son las de uno mismo.
Hay una rendija en el fluir de lo que acontece, de la propia vida, No existe para asomarse por ella ni para que nada ni nadie espíe lo que sucede. Es solo la posibilidad de detener, precisamente, el acontecer; de echar raíces en el transcurrir como si todo pudiera ser elegido y nada pudiera recibir la humedad del impalpable tiempo.
En ella puede uno intentar situarse mientras no pretenda que los sucesos sean otros que los que existen, que los que regala y arrebata la vida. Atisbar lo que por ella se rompe y lo que gracias a ella se puede construir es cargar la vida de intensidad, es arrebatarle el triste poder a la supervivencia.
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