PRIMERA EMOCIÓN
Un niño soñaba que jugaba con otros en un jardín junto a un pozo. Andando el tiempo se convertiría en su primer recuerdo, entonces no podía saberlo. Se sentía extraño y feliz en aquel espacio que él veía desde arriba, como si fuera un observador subido a un árbol. El sueño era de color gris. Nada que ver con el gris de la melancolía. Era el gris de las nubes bajas y prometedoras, de la fertilidad que aún no ha caído en la tierra. Era el gris del futuro indefinible, de la felicidad insospechada. Era el color en el que se convertiría la afirmación de su propia vida, no un color triste, sino un color que podía representar cualquier otro, como en una vieja fotografía en la que la sonrisa de un niño antiguo parece colorear todo su entorno.
Los niños jugaban alrededor de un pozo, corriendo y divirtiéndose sin saber a qué achacarlo, lo suficientemente lejos de sus padres como para sentirse libres, lo suficientemente cerca como para sentirse seguros. Era la congelación de un momento que podía cambiar de inmediato. Sus protagonistas eran un número de niños inespecífico porque todavía era el tiempo en que podían sumarse o multiplicarse mágicamente.
Cuánta libertad se respiraba. Libertad auténtica, aquella que no está ceñida por ninguna reivindicación, que es plena por saludable, que no piensa, que actúa. La libertad que buscaré toda la vida y que, en los momentos en que me cruce con ella será solo el recuerdo de aquellas carreras junto al pozo con otros niños que, seguramente, y a pesar de las diferencias que hoy nos abruman, sentían exactamente igual que yo.
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